Presentamos seis reflexiones del prolífico escritor chileno sobre las grandes obras literarias, los clásicos, la cocina de la escritura, los libros de memorias, los argumentos, las estructuras narrativas y sobre el acto de leer.

Roberto Bolaño nació en Chile en 1953. A los quince años se radicó en México y luego en Cataluña, donde falleció en 2003. Junto a un grupo de poetas mexicanos creó el movimiento infrarrealista, opuesto al predominio de Octavio Paz. Obtuvo varios premios en España y Chile por libros de poesía, cuentos y novelas. Su novela Los detectives salvajes obtuvo dos premios internacionales: el Herralde, en 1998, y el Rómulo Gallegos, un año después. Su obra es abundante. En ella se destacan las novelas La literatura nazi en América, Estrella distante y 2666 y los volúmenes de cuentos Llamadas telefónicas y Putas asesinas. Aquí, algunas de sus reflexiones sobre la literatura. 

Los clásicos

“Un clásico, en su acepción más generalizada, es aquel escritor o aquel texto que no solo contiene múltiples lecturas, sino que se adentra por territorios hasta entonces desconocidos y que de alguna manera enriquece (es decir, alumbra) el árbol de la literatura y allana el camino para los que vendrán después. Clásico es aquel que sabe interpretar y saber reordenar el canon. Normalmente su lectura, según los bobitos, no es considerada urgente. También hay otros clásicos cuya principal virtud, cuya elegancia y vigencia, está simbolizada por la bomba de relojería, una bomba que no solo recorre peligrosamente su tiempo sino que es capaz de proyectarse hacia el futuro.”

La literatura como arte

“¿Cómo reconocer una obra de arte? ¿Cómo separarla, aunque solo sea un momento, de su aparato crítico, de sus exégetas, de sus incansables plagiarios, de sus ninguneadores, de su final destino de soledad? Es fácil. Hay que traducirla. Que el traductor no sea una lumbrera. Hay que arrancarle páginas al azar. Hay que dejarla tirada en un desván. Si después de todo esto parece un joven y la lee, tras leerla la hace suya, y le es fiel (o infiel, qué más da) y la reinterpreta y la acompaña en su viaje a los límites y ambos se enriquecen y el joven añade un gramo de valor a su valor natural, estamos ante algo, una máquina o un libro capaz de hablar a todos los seres humanos: no un campo labrado sino una montaña, no la imagen del bosque oscuro sino el bosque oscuro, no una bandada de pájaros sino el Ruiseñor.”

Los libros de memorias

“De todos los libros, los de memorias son los más engañosos del mundo pues en ellos el disimulo llega a alturas a veces insospechadas y sus autores generalmente solo buscan la justificación. La pompa y los libros de memorias suelen ir juntos. Las mentiras y los libros de memorias hacen buenas migas. No se ha visto (aunque hay excepciones) a ningún memorialista hablar mal de sí o ridiculizarse o relatar con frialdad un episodio vergonzoso de su vida, como si en ellos los episodios vergonzosos no existieran.”

Sobre estructuras y argumentos

“Todos los novelistas americanos, incluidos los autores de lengua española, en algún momento de sus vida consiguen vislumbrar dos libros recortados en el horizonte, que son dos caminos, dos estructuras y sobre todos dos argumentos. En ocasiones: dos destinos. Una es Moby Dick, de Melville, el otro es Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain.”
 

La escritura 

“Mucho más importante que la cocina literaria es la biblioteca literaria (valga la redundancia). Una biblioteca es mucho más cómoda que una cocina. Una biblioteca se asemeja a una iglesia mientras que una cocina cada día se asemeja más a una morgue. Leer, lo dijo Gil de Biedma, es más natural que escribir. Yo añadiría, pese a la redundancia, que también es mucho más sano, digan lo que digan los oftalmólogos. De hecho, la literatura es una larga lucha de redundancia en redundancia, hasta la redundancia final”.

“Cuenta Canetti en su libro sobre Kafka que el más grande escritor del siglo XX comprendió que los dados estaban tirados y que ya nada le separaba de la escritura el día en que por primera vez escupió sangre. ¿Qué quiero decir cuando digo que ya nada le separaba de su escritura? Sinceramente, no lo sé muy bien. Supongo que quiero decir que Kafka comprendía que los viajes, el sexo y los libros son caminos que no llevan a ninguna parte, y que sin embargo son caminos por los que hay que internarse y perderse para volverse a encontrar o para encontrar algo, lo que sea, un libro, un gesto, un objeto perdido, para encontrar cualquier cosa, tal vez un método, con suerte: lo nuevo, lo que siempre ha estado allí”.

(Las citas pertenecen al libro Entre paréntesis, editorial Anagrama, 2004, salvo la última, que está en El gaucho insufrible, misma editorial, 2003).