Julio Cortázar opinaba que la escritura de Arlt tenía "una función de cauterio, de ácido revelador, de linterna mágica proyectando una tras otra las placas de la ciudad maldita y sus hombres y mujeres condenados a vivirla en un permanente merodeo de perros rechazados por porteras y propietarios". Sus obras, vigentes hasta hoy, describen a las clases medias porteñas con maestría. Aquí, un repaso por algunas de sus libros más representativos.

En 1929 la economía y la política argentinas trastabillan, el país que se forja enaltece a pocos y oprime a muchos. La literatura no es ajena a estos cimbronazos. En medio de las discusiones sobre ideología y estética, representadas por los grupos de Boedo y Florida, se suma la de pensar qué es la buena y la mala literatura. Libros como el Don Segundo Sombra de Güiraldes o el Zogoibi de Larreta, aún resuenan en estos tiempos y son ejemplos de “calidad”. Roberto Arlt, dueño de un estilo extravagante, divide las aguas y está en el centro de la discusión.

“Naturalmente negado, ninguneado, Arlt –que no era profeta– intuyó como nadie la decadencia y el horror que iba a sufrir la Argentina. Escribía mal. Es decir: si lo que hacía Lugones era escribir bien, entonces Arlt escribía con los pies. Y, así, con los pies y el corazón destrozado, fue nuestro Balzac pequeño, a la medida de una comedia humana modesta y analfabeta, fue nuestro Dos Passos atónito y desmañado, pero, sobre todo, nuestro Dostoievski desnaturalizado y furioso”, cuenta Osvaldo Soriano, en Piratas, fantasmas y dinosaurios.

Nacido en Flores de un matrimonio de inmigrantes, Arlt -“cargando la voz en la ele”, aclara desde niño cuando le preguntan cómo se pronuncia ese apellido con tres consonantes- cuenta que hizo hasta el tercer grado, que fue alumno de la Escuela de Mecánica de la Armada, que de los quince a los veinte practicó todos los oficios. Y que lo echaron por inútil de todas partes.

Luego se convierte en cronista policial del diario Crítica y trabaja en el diario El Mundo. Con su novela El juguete rabioso bajo el brazo, publica allí crónicas cotidianas, que tiene el privilegio de firmar. En sus “aguafuertes porteñas” se graban el barrio, la silla en la vereda, los vagos, el taller de compostura de muñecas, los malandrines, la vida del solterón… y, gracias a la columna, el diario triplica la tirada.  Se configura entonces una interesantísima figura de autor: Arlt es el escritor que da a conocer su obra gracias a la visibilidad que le da el periodismo, en la línea de Last Reason y Fray Mocho. Pero Arlt no es sólo un certero observador del tipo común, sino un ser multifacético: escritor, viajero, inventor, dramaturgo. Y prolífico, claro. Golpea su máquina de escribir como un poseído. Cuando la muerte lo sorprenda, apenas unas décadas más tarde, tendrá ya una gran obra.

Siete locos contra el mundo

Las páginas de Los siete locos, plagadas de una enorme crítica social, escritas por un autor de los márgenes avasallan al lector. Ese libro - y luego Los lanzallamas-  pone en tela de juicio a la sociedad misma con sus desclasados y con la corrupción reinante en esa “ciudad encanallada, implacable y feroz”. Como afirma Ricardo Piglia en Crítica y ficción, sus personajes hacen de la locura "un modo de escapar de la realidad cotidiana”. No es casual, entonces, que los que se rebelan sean hombres que se resguardan en las ciencias ocultas, la astrología y la invención de, por ejemplo, una rosa de cobre, artefacto que jamás se sabe para qué sirve. Erdosain, alter ego de Roberto Arlt como Silvio Astier en El juguete rabioso y Balder en El amor brujo, no sale airoso de ese “hacer lo mismo que se lee en los libros”.

En una Argentina atravesada por toda clase de conflictos, próxima al golpe militar que derroca a Yrigoyen; en un país donde Borges intenta un lenguaje nacional, Roberto Arlt habla de lo que muchos colegas no se atreven. Y lo hace con un estilo descarnado, como si una “ráfaga de viento caliente le golpeara el rostro”, aplicando ese “cross a la mandíbulaque quiere ser su literatura. 

Sus personajes -el Astrólogo, el Rufián Melancólico, Ergueta, el Hombre que vio a la Partera, El Buscador de Oro, Gregorio Barsut y Bromberg- inspirados según Arlt en personas que él mismo conocía, no tienen dinero, no tienen futuro, están desbordados de tristeza y frustración. Aún así, no tienen reparos en tramar, y de forma más que estrafalaria, una sociedad nueva. “[El Astrólogo] dijo:
–Sí, llegará un momento en que la humanidad escéptica, enloquecida por los placeres, blasfema de impotencia, se pondrá tan furiosa que será necesario matarla como a un perro rabioso...”

La obra arltiana, de carácter innovador dentro de las letras de entonces, imprime en el lector su tono salvaje, demoledor. Y hace resonar por primera vez el existencialismo en nuestras tierras. Los siete locos ya no es sólo una diatriba sobre las perversas relaciones que construye el capitalismo, el poder inmenso del dinero en medio de la proliferación de las fábricas todopoderosas, sino un preguntarse constante sobre el sentido último del hombre. La novela no pasa desapercibida, gana el tercer premio del Concurso Municipal de Literatura. Arlt se entera mientras está en Brasil, enviado por El Mundo, para escribir sus sus crónicas cariocas. De a poco consolida el que será, con el tiempo o más allá de él, su propio mito. 

Fuego a discreción

Los lanzallamas, su tercera novela, comienza con un prólogo que funciona como una declaración de principios o como un manifiesto contra los que menosprecian su manera de escribir. En las páginas siguientes, pone otra vez en evidencia las técnicas del folletín. Abunda de nuevo en manuales de divulgación científica, anarquía ante el sistema y, también, en la herencia de la primera guerra mundial, con sus gases, su afán de destrucción de un mundo envilecido. Arlt (¿el octavo loco?) redobla en este nuevo libro la apuesta, porque deja que Erdosain, tal vez para “existir”, acaso como acto redentor, llegue a la humillación e, incluso, al crimen.

En torno a este libro, Mario Goloboff en Genio y figura de Roberto Arlt, afirma que la novela está escrita en tercera persona porque el autor quiere tomar distancia de los personajes “para descargar, canalizar, objetivar” sus propios fantasmas.
Los lanzallamas, obra que desborda angustia metafísica y que no fue tan bien recibida como su primera parte, tiene también párrafos memorables. “[Hipólita] dijo:
–Sí, lo entiendo y pienso que cada uno tiene que conocer en la vida muchas tristezas. Lo notable es que cada tristeza es distinta a la otra, porque cada una de ellas se refiere a una alegría que no podemos tener.”

Con su literatura urbana, Arlt sigue renovando el hecho literario al conceder al “narrador” el lenguaje de la calle. Más allá de sus faltas de ortografía, “no desdeñará mezclar los giros más castizos con las expresiones lunfardas, con los típicos vocablos del caló porteño”, dice su primer biógrafo Raúl Larra. Arlt nos habla de costumbres y sueños perdidos en una ciudad que crece voraz, con sus “chimeneas de carbón” y sus “torres de transformadores de alta tensión”. No obstante, tendrán que pasar algunas décadas de su muerte para que su obra, tan vapuleada en sus días, sea por fin legitimada por el conjunto todo de las letras del país.

Nace un nuevo Arlt

Llega el año 1932. Arlt no se queda quieto. La Underwood no tiene respiro. El mechón de pelo negro cae sobre su frente ansiosa, que yuga y yuga. Escribe en tiempo récord El amor brujo, su nueva novela, y promete -en el diario El Mundo se deja por escrito ese compromiso- El pájaro de fuego, su segunda parte. También comienza otra novela titulada El emboscado rojo. Sin embargo, no llega a terminarlas y, por si fuera poco, no escribe más novelas. 

Por otro lado, Leónidas Barletta, el fundador del Teatro del Pueblo, toma “El humillado”, un capítulo de Los siete locos y lo representa en sus novísimas tablas. Se produce un quiebre en Arlt. Fascinado, ahora quiere ser dramaturgo. Fiel a sus modos autodidactas, cumple su objetivo desordenadamente, con pasión. Y nace Trescientos millones, la primera de una serie de obras que, en su mayoría, son estrenadas en dicho teatro, uno de los pocos espacios independientes, junto con el Juan B. Justo y La Máscara.

En 1933 se publica El jorobadito, un libro que reúne nueve cuentos, género que practica a la par de su obra como cronista y novelista, y que publica en medios como Los Pensadores, Crítica Magazine, Mundo Argentino, El Hogar y La Nación, entre otros. El libro lo dedica a Carmen Antinucci, esposa y madre de su hija Electra Mirta. Y sigue la renovación. Arlt continúa atorbellinado por la hipocresía de la sociedad burguesa, la miseria, la marginación y los tabúes sexuales. Cuentos como “Escritor fracasado”, “Las fieras”, “Ester Primavera”, “La luna roja” -una de sus incursiones en el género fantástico y el que da título al libro- se destacan en la historia de la literatura nacional.

Por supuesto, sigue escribiendo teatro, se estrenan a lo largo de estos años Saverio el cruel, El fabricante de fantasmas, La isla desierta, África y La fiesta del hierro. Arlt se convierte, entonces, en uno de los autores pioneros dentro del teatro independiente.
 

Medias de caucho y el adiós

En 1942, Arlt termina de escribir la que sería su última obra de teatro: El desierto entra en la ciudad. En Lanús tiene instalado un laboratorio químico (en realidad es una pieza) con el actor Pascual Naccarati, que interpreta a sus personajes en el Teatro del Pueblo. El nombre del proyecto es ARNA (Arlt-Naccarati). Su idea es renovar las medias de mujer existentes para que no se corran. Hacerse rico. Muere el 26 de julio de un paro cardíaco. Tenía apenas cuarenta y dos años. Era domingo, hacía frío y estaba nublado.

El epitafio más entrañable correrá por cuenta del también escritor Julio Cortázar, casi cuarenta años después, al prologar sus obras completas: “Roberto Arlt no necesitó la cultura porteña de la música, la pintura y las más altas letras para ser uno de nuestros videntes mayores . En el último término su obra es apenas ‘intelectual’; la escritura tiene en él una función de cauterio, de ácido revelador, de linterna mágica proyectando una tras otra las placas de la ciudad maldita y sus hombres y mujeres condenados a vivirla en un permanente merodeo de perros rechazados por porteras y propietarios. Eso es arte, como el de un Goya canyengue (Arlt me hubiera partido la cara de haber leído esto), como el de un François Villon de quilombo o un Kit Marlowe de taberna y puñalada. Mientras la crítica pone en claro el ‘ideario’ de ese hombre con tan pocas ideas, algunos lectores volvemos a él por otras cosas, por las imágenes inapelables y delatoras que nos ponen frente a nosotros mismos como sólo el gran arte puede hacerlo”

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OPERA ARLTIANA


Novela
1926: El juguete rabioso (Editorial Latina).
1929: Los siete locos (Editorial Latina).
1931: Los lanzallamas (Editorial Claridad).
1932: El amor brujo (Editorial Victoria).
1941: Un viaje terrible (nouvelle; Nuestra Novela, año 1, N° 6)

Cuento
1933: El jorobadito (Editorial Anaconda).
1941: El criador de gorilas (Editorial Zigzag).

Teatro
1932: Trescientos millones y Prueba de amor (Talleres Gráficos Rañó).
1934: La juerga de los polichinelas (La Nación).
1934: Un hombre sensible (La Nación).
1938: Separación feroz (diario El litoral).
1950: Saverio el cruel y El fabricante de fantasmas (Editorial Futuro; obras estrenadas en 1936).
1950: La isla desierta (Editorial Futuro; obra estrenada en 1937).
1951: África (Editorial Futuro; obra estrenada en 1938).
1952: La fiesta del hierro (Editorial Futuro).
1952: El desierto entra en la ciudad (Editorial Futuro).

Crónica
1933: Aguafuertes Porteñas (Editorial Victoria).
1936: Aguafuertes Españolas (Lorenzo Rosso).
1975: Nuevas Aguafuertes (Editorial Losada).
2013: Aguafuertes cariocas (Adriana Hidalgo).

Ensayo
1920: Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires (Tribuna Libre, N° 63).

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