“Desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”, declaró Julio Cortázar (1914-1984) alguna vez. A 106 años de su nacimiento lo recordamos con algunas frases sobre la literatura, la lectura y la escritura que lo pintan de cuerpo entero.

Julio Cortázar nació el 26 de agosto de 1914 en Ixelles, Bélgica (en donde trabajaba su padre, funcionario de la Embajada Argentina) pero siempre se consideró argentino. Vivió hasta los cuatro años entre Bélgica, Suiza y España. Tiempo después volvió a la Argentina junto a su familia, en donde vivió hasta 1951, cuando se trasladó a París. Falleció allí en 1984. 

Comenzó a leer y a escribir muy tempranamente. “Desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”, declaró alguna vez para narrar su visión del mundo, sus tempranas lecturas y sus primeros escritos, repletos de extrañeza y fantasía. Esa mirada particular se plasmó luego en una obra extensa, fascinante y diversa. 

Su primera colección de poemas, Presencia, apareció en 1938 bajo el seudónimo de Julio Denis. En 1946 publicó el cuento “Casa tomada” en la revista Los anales de Buenos Aires, que dirigía Jorge Luis Borges. El primer libro publicado con su verdadero nombre fue Los reyes (1949), le siguieron entre otros, los cuentos de Bestiario (1951) y de Las armas secretas (1959), que incluye “El perseguidor” —una “pequeña Rayuela”, como lo definió—; los relatos de Historias de cronopios y de famas (1962). Entre las novelas se destacan  Los premios (1960) y Rayuela (1963), un punto de inflexión en su obra y en la literatura latinoamericana. 

A 106 años de su nacimiento lo recordamos con algunas frases suyas sobre la literatura, la lectura y la escritura que lo pintan de cuerpo entero.

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La lectura

“Mis primeros libros me los regaló mi madre. Fui un lector muy precoz y, en realidad, aprendí a leer por mi cuenta, con gran sorpresa de mi familia, que incluso me llevó al médico porque creyeron que era una precocidad peligrosa y tal vez lo era, como se ha demostrado más tarde. Muy pronto me dediqué directamente a sacar los libros que encontraba en las bibliotecas de la casa. Con lo cual muchas veces leí libros que estaban al margen de mi comprensión a los siete, ocho, nueve años de edad. Pero otros, en cambio, me hicieron mucho bien, porque (...) me abrían horizontes imaginarios absolutamente extraordinarios. Con las ideas que había en la gente de mi generación, las lecturas de los niños se graduaban mucho. Hasta cierta época eran los cuentos de hadas y después las novelas rosa, y sólo en la adolescencia, los muchachos y las muchachas podían empezar a entrar en un tipo de literatura más amplio. Yo franqueé mucho antes todas esas etapas, y la verdad es que mis primeros recuerdos de libros son una mezcla de novelas de caballería, los ensayos de Montaigne, por ejemplo, que creo leí a los doce años, fascinado. No sé hasta qué punto podía comprenderlos. Pero recuerdo que los leí íntegramente en dos enormes tomos encuadernados y en traducción española. Y eso se mezclaba con novelas policiales, las aventuras de Tarzán, que me fascinaron en aquella época; Maurice Leblanc, y luego la gran sacudida de Edgar Allan Poe”.

“Desde muy joven adquirí una especie de deformación profesional, es decir, que yo pertenezco a esa especie siniestra que lee los libros con un lápiz al alcance de la mano, subrayando y marcando, no con intención crítica. En realidad alguien dijo, no sé quién, que cuando uno subraya un libro se subraya a sí mismo, y es cierto. Yo subrayo con frecuencia frases que me incluyen en un plano personal, pero creo también que subrayo aquellas que significan para mí un descubrimiento, una sorpresa, o a veces, incluso una revelación y, a veces, también una discordancia.

Las subrayo y tengo la costumbre de poner al final del libro los números de las páginas que me interesan, de manera que algún día, leyendo esa serie de referencias, puedo en pocos minutos echar un vistazo a las cosas que más me sorprendieron. Algunos epígrafes de mis cuentos, algunas citaciones o referencias salen de esa experiencia de haber guardado, a veces durante muchos años, un pequeño fragmento que después encontró su lugar preciso, su correspondencia exacta en algún texto mío”.

“Otro detalle de deformación profesional es que, en principio, yo termino siempre un libro, aunque me parezca malo. Hubo una época en que esto fue una obsesión y hoy lo lamento, porque he leído muchos novelones y muchos libros de poemas insoportables, confiando siempre en que, en las últimas diez páginas encontraría el gran momento, algo que rescataría la totalidad de la obra. Alguna vez pudo haber sucedido, pero en la mayoría de los casos, cuando cincuenta páginas de un libro son malas, es difícil que el resto se salve. Es como un match de box: si hay una primera mitad que es mala, sólo un milagro puede cambiar la cosa en la segunda mitad”.

Fuente: entrevista realizada por Sara Castro-Klaren a Julio Cortázar en el verano de 1976, en Saignon, Francia. Publicada en Cuadernos Hispanoamericanos octubre-diciembre, 1980, Madrid.

La escritura y su obra

“Mi madre dice que empecé a escribir los ocho años con una novela que ella guarda celosamente a pesar de mis desesperadas tentativas por quemarla. Además, parece que le escribía sonetos a mis maestras y a algunas condiscípulas, de las cuales estaba muy enamorado a los diez años; esos maravillosos amores infantiles que lo hacen a uno llorar de noche”.

Fuente: entrevista “La vuelta a Julio Cortázar en 80 preguntas”, realizada por Hugo Guerrero Marthineitz, revista Siete Días, N° 311, 30 de abril al 6 de mayo de 1973.

“Comencé a publicar tarde. No he sido un escritor precoz en el plano de la edición (...) quizá haya un elemento culpable, una especie de narcisismo personal, una autocrítica muy rigurosa (...) yo creo que si tienes alguna cosa que decir y no lo dices con el exacto lenguaje que tiene que ser dicha, pues de alguna manera no la dices o la dices mal”.

“Yo sé muy bien que un escritor no llega nunca a escribir lo que él quisiera escribir y que (...)un libro más es, en cierta medida, un libro menos de ese camino a ese libro final y absoluto que nunca escribes porque te mueres antes”.

Fuente: entrevista realizada en 1977 por el periodista Joaquín Soler Serrano para la Radio y Televisión Española (RTVE).

“Cuando yo escribí Rayuela estaba totalmente alejado de las inquietudes políticas. Es un libro centrado en la metafísica y profundamente literario. Creo que el libro contenía cierto fermento de tipo intelectual, como para crear el interés que suscitó sobre todo en los jóvenes. Interés que compruebo que se sigue manteniendo: las generaciones jóvenes se sienten muy atraídas por ese libro, acaso porque encuentran ahí una serie de preguntas, de cuestionamientos, que son típicas y normales -afortunadamente- en la juventud".

“Cambiar la realidad es en el caso de mis libros un deseo, una esperanza; pero me parece importante señalar que mis libros no están escritos, ni fueron vividos ni pensados con la pretensión de cambiar la realidad. Hay gente que ha escrito libros como contribución para una modificación de la realidad. Yo sé que la modificación de la realidad es una empresa infinitamente lenta y difícil. Mis libros no son funcionales en ese sentido. Un filósofo escribe un sistema filosófico convencido de que es la verdad y se supone que eso modificará la realidad, puesto que él supone que tiene razón. Un sociólogo establece una teoría y es lo mismo. Un político también pretende cambiar el mundo. En el caso mío el plano es muchísimo más modesto”.

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