—¿Dijo novio? ¿Estás segura Carmen?

—Sí, Rubén no me trates de estúpida, sé lo que escucho. Parece que por fin la nena va a presentarnos a alguien. 

—¿Dijo dónde lo conoció?

—No le pregunté, Rubén, me lo decís como si no supieras que si le hacés dos preguntas seguidas se espanta como el gato de la vecina. Tu hija no habla. Lo habrá conocido en la biblioteca, trabaja ahí y cuando no trabaja va igual a leer. No hay muchas opciones. Lo único que espero es que no sea como ella. Que me mirás así, sabés lo que te digo. Vos siempre la trataste como si fuera especial pero nuestra hija tiene 38 años y hay una gran diferencia entre ser especial y ser rara. Las hijas de mis amigas están casadas, tienen familia, van a misa con los maridos. ¿Sabés la vergüenza que me da que me pregunten por ella y decir que no tiene novio? Encima este es un pueblo chico, se sabe que nunca tuvo novio. Es que yo también pienso ¿qué hombre se va a fijar en Sabrina? Ni una gota de maquillaje usa, el gorro de lana incrustado hasta los lentes y con esa ropa enorme no sabés si tiene cintura o es una tabla de planchar. No parece hija mía. 

—Lo que decís es que todas las mujeres que no son como vos, son raras. 

— ¿Y cómo soy yo?—Carmen se para, alisa la falda con las manos y las lleva a la cintura mientras inclina un poco la cadera hacia la izquierda. Dibuja su sonrisa aprendida a los 20 años, esa que le hizo ganar tres concursos de belleza en el pueblo y dos en la provincia, la misma que la llevó hasta Miss Argentina. Sigue siendo hermosa, sigue posando desde entonces. 

—¿Hago asado o hacés pastas? le voy a avisar a Lucas que venga así está toda la familia.  

— ¿Asado vas a hacer, Rubén? No ves que está nevando, dejá, hago ravioles. 

Los preparativos para la cena arrancan temprano, Carmen plancha el mantel bordado y las servilletas. Hace la masa y dos rellenos para los ravioles. La boloñesa para todos y salsa blanca para Sabrina que no come nada rojo desde que tiene memoria. Ordena a Rubén ir a comprar el pan y medio kilo de masas finas, llama a Lucas para asegurarse de que sea puntual.  

—Sí, mamá ya me dijo el viejo que Sabrina viene con un novio, debés estar feliz ¿no? 

—Y sí, qué te parece, ya le dije a tu padre, con que no sea un loco me conformo. ¿Vas a llegar para las ocho? 

—Sí, ya estoy terminando. Paso a ver los terneros de los Moreira y voy para el pueblo. 

—¿Ves?  tu hermana no es como vos mi cielo, vos hacés todo bien, tan trabajador, tan caballero y tuviste que dar con una mujer tan desgraciada. No hay día que no piense qué injusto todo. Cómo pudo engañarte a vos que sos un pan de Dios. 

—Bueno, mamá basta. Llevo un vino, lo único que te pido es que no lo espantes al muchacho, no le hagas mil preguntas dejá que hable Sabrina, que cuente lo que quiera contar. Prometémelo.

—Sí, Lucas está bien.

—No te creo. Vamos a hacer así, si algo te parece muy extraño, antes de decir nada te mordés la lengua, me mirás y me preguntás por la vaca del viejo Cayetano. ¿Estamos? 

—Sí, mi cielo, no sé qué haría sin vos. 

Carmen acomoda las flores en el centro de la mesa cuando suena el timbre. Contiene el aire y ve a Rubén tratando de espiar entre las cortinas. Lucas sale de la cocina con un vermut, los mira: ¿Están jugando a las estatuas?, dice mientras se ríe y va hacia la puerta. Cuando abre ve a Sabrina aferrada al brazo de su novio. Lucas siente que se le afloja la mano y el vaso se le va a caer como en las películas, con un estallido en cámara lenta, pero lo sostiene. 

—Hermanita— dice y hace un silencio largo con la puerta a medio abrir.

—Lucas, él es Oliver, mi novio—Sabrina se acerca y le dice muy bajo al oído—tiene un problema de movilidad, ¿nos das una mano para entrar?

 Lucas cierra la puerta detrás de él. Mira a Oliver a los ojos, mira los detalles.  

— ¿Sabrina es en serio? Decime la verdad, confíá en mí, si es por mamá, no hace falta que hagas esto —Está nevando y las voces no suenan más fuerte que el ruido de los copos cayendo. 

— ¿De qué hablás? Hace dos meses que nos conocimos y nunca me sentí mejor. Dejé de tomar los ansiolíticos, estoy durmiendo bien, vos sabés lo que eso significa. Oliver llegó y me cambió la vida. Estoy lista para que mamá diga lo que quiera. No me importa.

 Sabrina habla con una seguridad nueva. Lleva el pelo suelto, un tapado color arena y los labios rojos. Mira a Oliver, le acomoda con suavidad el cuello del saco y la bufanda, sigue el movimiento, le roza la mejilla, sonríe. Oliver también sonríe. 

—Vamos adentro dale, hace frío— le dice a su hermano con dulzura. 

Lucas abre la puerta y toma a Oliver del otro brazo para ayudarlo a entrar. 

Carmen y Rubén miran la escena como si fuera un accidente en la ruta o un incendio. Sabrina suelta a Oliver y los abraza al mismo tiempo como cuando era chica. 

—Bueno, estoy un poco nerviosa pero contenta. Él es Oliver, mi novio

Carmen mira a Lucas con los ojos grandes y la mandíbula apretada 

—¿Vamos a la mesa? Ayudanos, hermanito. 

—Mamá traé los ravioles que te cuento de la vaca del viejo Cayetano –dice Lucas al mismo tiempo que con Sabrina acomodan a Oliver en la silla. 

Rubén abre el vino, se sienta y se lo sirve casi en un solo movimiento. 

—Estás muy linda, hija. Hacía mucho que no venías. 

—Gracias, papá — la mano de Sabrina se enlaza con la de Oliver sobre la mesa— me siento mejor, con otra energía, siento que estuve encerrada mucho tiempo.

Rubén se pone los lentes y se inclina sobre la mesa. Mira a Oliver de cerca, con detenimiento, le mira la piel. 

—¿Y cómo se conocieron?

—Lo conocí por internet, no es argentino así que tuve que hacer unos trámites para traerlo. Pero desde que llegó… – Sabrina no termina la frase, recuesta la cabeza sobre el hombro de su novio y suspira. Carmen entra con la fuente desbordante de ravioles, la apoya sobre la mesa con tanta fuerza que los vasos dan un pequeño salto. 

—Esto es increíble. ¿Nadie va a decir nada? 

—Increíble es lo de la vaca del viejo Cayetano– Lucas mira fijo a su madre —En diez años de veterinario nunca vi una cosa así. En la última camada, una de las vacas del viejo por primera vez le salió negra, toda negra. Creo que por eso las demás la apartaron enseguida y creció muy asustadiza, llovía y se escondía, había un ruido y se escondía, andaba siempre sola, casi ni comía. Un día me dice el viejo, “le voy a poner un perro”, y se consiguió un cuzco, un cachorrón. No sé cómo hizo pero parecía que el perro sabía que era de la vaca y no del viejo, le andaba siempre al lado, le jugaba, comía pasto con ella, ahora que arrancó la nevada, la lleva al establo y duermen ahí. No saben lo que cambió, ya no tiene miedo, se empezó a acercar a las otras vacas, siempre con el perro al lado. Sentate mamá yo sirvo. ¿Le sirvo a Oliver, Sabri? 

—Sí, con salsa blanca como a mí. Creo que la vaca tenía razón quizás necesitaba…

—Las vacas no pueden tener razón, Sabrina. Las vacas no piensan, prácticamente son cosas —Carmen mira fijo a Oliver y repite con voz grave— Cosas. 

— ¿Ya pensaste en un trabajo para tu novio? —Rubén habla mientras moja el pan en la salsa del plato, es el único que está comiendo — Podría preguntarle a Chiche si lo necesita para la tienda nueva de ropa de sky. Tiene vidriera doble, le vendría bien.

— ¿En serio me decís, papá? Sería muy bueno porque está cerca de la biblioteca, yo podría pasar a buscarlo cuando cierra la tienda y llevarlo a la mañana. 

—Rubén, vení conmigo a la cocina. 

−Estoy comiendo, Carmen. 

—Te necesito en la cocina ahora —Se levanta, hace su sonrisa de miss argentina para un público invisible, gira y camina rotunda seguida por Rubén, que va resoplando hacia la cocina. Lucas pone música a volumen suficiente para no escuchar porque la cocina no tiene puerta solo una cortina tan fea como inútil. 

Adentro, Carmen apoya las manos en la mesada, Rubén queda parado atrás de ella. 

—Tiene que ir a un psicólogo, todos ustedes tienen que ir a un psicólogo. ¿Yo soy la única cuerda acá? ¿la única que se da cuenta? 

—Tratá de entender, mi amor. Es evidente que Sabrina está mejor, conversa, sonríe, se maquilló para venir, cambió de ropa ¿vos no querías eso? ¿O tampoco es suficiente? 

—Hace años que no me decís mi amor. 

—Nada te viene bien, Carmen. Escuchame con atención, yo quiero esta versión de mi hija, la que nos abrazó, la que viene a cenar con ganas y charla con su hermano de la vaca del viejo Cayetano o de lo que sea, y si para eso tiene que existir Oliver, entonces es bienvenido. 

Carmen gira y apoya la cintura en la mesada. La luz del comedor entra oblicua a través de la cortina y todo parece una foto en sepia. De fondo se escucha a los hermanos conversando y riendo. Carmen se inclina para espiar la escena, alcanza a ver la sonrisa de Oliver y entonces se acerca a su marido hablando con voz ahogada. 

—Rubén, nunca pensé que iba a decir esto pero parece que la loca soy yo y es al revés, así que lo voy a decir con todas las letras: nuestra hija está saliendo con un maniquí. El novio de Sabrina es un monigote a ver si lo entendes, trajo esa cosa de plástico y la sentó a mi mesa como si fuese de carne y hueso ¡y vos se lo festejas!

—Parece más bien de silicona, lo estuve mirando de cerca y está muy bien logrado, es impresionante. 

—Basta, Rubén. Esto es grave. ¿Qué van a decir en el pueblo cuando la vean paseándose por ahí con eso? ¿Qué les voy a decir a mis amigas? No quiero ni pensar que hace con él para que diga que es el novio. La tiene que ver un médico. Mañana mismo la llevo de los pelos a lo del doctor Bonfati

Carmen se queda repitiendo en voz baja, no es normal, mientras mueve la cabeza de lado a lado. 

— Yo te voy a decir lo que no es normal. Que te importe la opinión de los demás y no la felicidad de tu hija, que estés siempre en pose, que quieras corregirnos todo el tiempo, eso no es normal.

Las palabras de Rubén son flechas que impactan y fracturan. El silencio se hace espeso.  Lucas corre la cortina y la luz entra de lleno en la cocina devolviendo los colores. 

—Vuelvan a la mesa y traigan las masas que ya estamos para algo dulce 

—Las acomodo en un plato y voy— la respuesta de Carmen es automática— Rubén anda yendo, sacá el licor de guindas y serviles un poco.

—Sabrina no va a querer, es rojo.

—Servile igual, si puede tener por novio un pedazo de silicona puede dejar de molestar con esa estupidez. 

Carmen sale de la cocina llevando las masas sobre un plato con puntillas. Son todas de crema. 

—Mamá, escuchamos lo que dijiste, cada palabra. Me ofendes, lo ofendes a Oliver también. Pero no importa, él me hizo ver algo que me ayudó a entenderte. ¿Sabés qué es lo que en realidad no podes tolerar? —Sabrina le da un beso en la mejilla a Oliver y dice en medio del silencio lleno de ojos abiertos— No ser la única muñeca en la familia.

Se levanta, toma de un sorbo el licor que en la copita parece sangre y le guiña el ojo a su padre.

—Nos vamos— anuncia con firmeza, mientras hace un gesto a Lucas para que la ayude con Oliver.

 

Stella Maris Leguiza nació en Caseros el día de la escarapela, es abogada y desde el 2017 co-coordina del taller literario Tiempo de Letras en Ciudad Jardín. Ha recibido premios por sus cuentos “Las notas del olvido” (Sade 2018) y “Trilogía Porteña” (Dirección de Patrimonio Histórico – Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2019). Desde 2019 comparte sus cuentos en el blog La hormiga interior. Escribe para crear mundos posibles y algunos imposibles también.
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