La reconocida escritora de libros de ficción histórica para niños y jóvenes cuenta cómo aborda la escritura de sus libros y se revela como una lectora fervorosa de fuentes documentales, investigaciones históricas y libros viejos. Los hechos que marcaron el nacimiento de la Argentina como nación son el puntapié inicial para muchas de sus obras que, al mismo tiempo, abordan temas muy actuales como maltrato hacia niños y niñas, por ejemplo. “Como a los libros los escribo desde hoy, creo que hay algo de refugiarme en el pasado que tiene que ver con tomar distancia del presente, para narrar cosas que de otro modo no podría, por tenerlas tan cercanas”, cuenta.

La ficción histórica es el género que atraviesa las novelas de Laura Ávila, reconocida guionista y escritora de Literatura Infantil y Juvenil. Los hechos que marcaron el nacimiento de la Argentina como nación son el puntapié inicial para muchas de sus obras, entre las que se cuentan El pan de los patricios, Historia de tres banderas, El fantasma del aljibe, Los espantados del Tucumán, Los músicos del 8, Libertadores, El sello de piedra, entre otras. Su formación como guionista le permite escribir libros “en movimiento”, entretenidos, evocadores. “Cuando escribís un guion construís imágenes con tu escritura. Las evocás para que el director o la directora pueda filmarlas después. Por eso lo que tienen mis libros es esa impronta de convocar imágenes, de parecerse a una película”, cuenta Ávila. 

¿Por qué elegís escribir ficción histórica dentro de la Literatura Infantil y Juvenil?
La historia argentina me fascina desde que era chica. A la hora de empezar a escribir literatura esa fascinación apareció sin que la llamara. Y la leen muchos chicos y chicas por el circuito escolar que recorren. 

Hasta el siglo XIX, la historia no existía como ciencia, no tenía un método, pero si había crónicas de la época. ¿Se puede pensar que de esas crónicas o relatos nació la literatura histórica?
Yo creo que la historia también puede ser literatura. Siempre se cuenta como un relato, es una construcción relatada que a veces ilumina y a veces oculta ciertos episodios de nuestra vida en sociedad. La historia puede darnos una identidad pero también negarnos otras. Habla de nosotros, tiene nuestra impronta, cuenta nuestros pequeños triunfos y nuestras grandes penas. La literatura también tiene esas cualidades cuando está bien escrita.

Avila tapas

 

En tus novelas el contexto está anclado en el pasado, pero los temas que se tratan son muy actuales, como el de niños expuestos a la discriminación o al maltrato. ¿Esto tiene que ver con una búsqueda tuya para narrar estas realidades?
En siglos pasados no se pensaba en la infancia como se piensa ahora. Pero como yo los libros los escribo desde hoy, creo que hay algo de refugiarme en el pasado que tiene que ver con tomar distancia del presente, para narrar cosas que de otro modo no podría, por tenerlas tan cercanas. 

Parte de mi juventud la pasé dando clases en instituciones para niñas, niños y adolescentes sin recursos económicos. Las cosas que vi en esos lugares, las experiencias compartidas con esos niños, los puntos en común con mi propia infancia, me dan la fuerza y los temas para escribir. Pero lo que nunca olvido es que mis libros son para niños. Y que tienen que tener una cuota grande de aventura, de alegría, de ganas de que las proezas sean posibles de alcanzar. Los míos no son libros quietos. Son acerca de gente que está creciendo, descubriendo el país que los rodea, conociendo a otras personas, tratando de encontrarse a sí mismos.  

¿Investigás mucho para escribir? 
Leo, tanto fuentes documentales como investigaciones históricas. Me encantan, además, los libros viejos. Hay algo en las palabras que usaban los primeros relatores de la historia que me hace entrar en un trance gustoso de donde saldrá después el tono de la novela. En cierta forma, mi desafío es que quede algo nuevo y distinto de toda esa lectura. A veces la trama surge de un pedido específico de alguna editorial, como fue el caso de Historia de tres banderas, por ejemplo. A veces surgen de simples ganas de contar algo, como en La sociedad secreta de las hermanas Matanza o Los músicos del 8. Esos libros tienen algo de mi familia, de la búsqueda de mi ancestralidad. Siempre se me viene una imagen a la cabeza y a partir de ahí busco de dónde salió. Busco en los libros viejos, en los documentos y en mi corazón también, para poder seguir la pista de la escritura.

¿Qué tipo de historias crees que son más atractivas para los chicos y las chicas?
Las historias que tengan algo para decir. Las que te hagan sentir identificada con lo que estás leyendo. Las que no aburran. Las que emocionen.

¿Qué otros libros y/o autores recomendás para leer con las chicas y chicos que permitan conocer hechos históricos?
Recomiendo Juana, la intrépida capitana, de Adela Basch y Fuegos del Norte, de Nicolás Schuff. La de Adela es una obra de teatro que repasa la vida de Juana Azurduy, abordándola desde la aventura, el humor y la resolución de una mujer para enfrentarse a los parámetros culturales de su época. La de Schuff es una biografía de Güemes contada con mucha ternura.

¿Cuáles fueron los autores que te guiaron en tu formación?
Voy a hablar solo de la gente que me acompañó en mi infancia y adolescencia. Mi primer autor amado fue Mark Twain. Después, Louise May Alcott, Jean Webster, Alma Maritano, Philippe Ebly, Graham Greene, Chesterton, Vasconcelos, Robin Wood, Paul Groussac, José Martí, Truman Capote, las hermanas Brontë. Una verdadera mezcolanza que recuerdo con placer y nostalgia. Leía muchísimo de niña, mucho más que ahora. 

¿Tenés o tuviste alguna relación con alguna biblioteca popular?
De adolescente me iba en bicicleta a la biblioteca de Adrogué. Ahí leí mucha historia argentina, los tomos de Mariano Moreno de Levene, libros de Osvaldo Soriano, biografías, obras de teatro. Tenían una colección muy cuidada de libros viejos, me encantaba su sala de lectura con mesas de madera impecables, tan antigua y silenciosa. Iba a leer, pero también a tomar apuntes y a escribir. Mi casa siempre fue ruidosa pero ahí encontraba tranquilidad para pensar y soltar un poco la pluma. Las bibliotecarias tenían siempre un buen libro para mí. Había sol, concentración y lectura. De grande, antes de la pandemia, iba mucho a la Biblioteca del Congreso. Extraño las bibliotecas.