La novelista española estuvo en Argentina presentando su último libro y visitó la Biblioteca Popular y Centro Cultural Carlos Sánchez Viamonte, en el barrio porteño de Recoleta. Allí conversó sobre los libros que marcaron su vida, el rol de la literatura, su interés por la historia de España y el boom de las sagas de literatura erótica, entre otros temas.

La escritora española Almudena Grandes llegó a Buenos Aires para presentar Los pacientes del doctor García, el cuarto libro de la saga “Episodios de una guerra interminable” en la que que aborda la Guerra Civil española, el régimen franquista y las heridas que continúan abiertas luego de esos episodios. Tras Inés y la alegría (2010), El lector de Julio Verne (2012) y Las tres bodas de Manolita (2014), en esta entrega narra la historia de Guillermo García Medina, un médico que cambia su identidad para salvarse de la muerte y luego se interna en una trama de traiciones y espías. La novela comienza en la España de 1936 y continúa por cuatro décadas, hasta la Argentina de 1977.

A los 28 años, publicó el primer libro, Las edades de Lulú (1989), una novela erótica que le hizo ganar el XI Premio La Sonrisa Vertical y luego llegó al cine de mano del director Bigas Luna. A propósito del éxito de esa obra, Grandes dijo alguna vez: "Me pregunté si quería ser famosa o escritora, y decidí que escritora y me puse a escribir".

Durante su estadía en Buenos Aires, visitó la Biblioteca Popular y Centro Cultural Carlos Sánchez Viamonte. Allí conversó sobre los libros que marcaron su vida, el rol de la literatura y el boom de las sagas de literatura erótica, entre otros temas.

En Los pacientes del doctor García y en otros libros narra la historia de España a través de pequeñas historias ¿Por qué ese interés en la gente común, en vez de en los grandes personajes históricos?
Es una elección. Es la mirada que más me interesa. Podría haber contado algunos episodios de la posguerra de mi país “desde arriba”, partiendo de secretarios generales de partidos, de ministros, pero a mi me interesa contar la historia “desde abajo”. Creo que la vida cotidiana de los pequeños personajes acaba dibujando la vida íntima de las sociedades. Y es una forma tan sincera, tan verdadera de contar la historia como la otra.
Además, este libro forma parte de una serie de seis libros en los que yo quiero contar 25 años de la historia de Franco, de la historia reciente de España, desde la perspectiva de los resistentes, de los españoles que se negaron a acatar el fin de la guerra y que siguieron resistiendo, que dijeron que no. A mí me gusta mucho la gente que dice que no. Por eso la serie se llama “Episodios de una guerra interminable”, porque es sobre la gente para la que la guerra no terminó hasta que Franco murió. Ese es el tipo de heroísmo que me interesa. A mí me interesa contar lo que tengo cerca y lo que está a la altura de mis ojos, las pequeñas historias de gente corriente. Muchas veces los misterios más exóticos están en la biografía de la gente que vemos todos los días.

¿Y eso lo ve como una forma de intervenir en la realidad?
¡Ojalá! Es la eterna pregunta, si la literatura puede cambiar o no la realidad. Partiendo de mi propia experiencia como lectora -que es previa a la de escritora y más fiable porque llevo muchos más años siendo lectora que siendo escritora- puedo decir que algunos libros me han cambiado la vida. Yo he sido una persona distinta antes y después de leerlos. En ese sentido, creo que la literatura tiene la capacidad de cambiar la vida de los lectores. Si un libro consigue cambiar el punto de vista de un solo lector o su relación con el pasado de su país o con el futuro que se adivina, eso ya es cambiar la realidad. Algunos libros logran cambiar la vida de millones de lectores y son capaces de fomentar cambios sociales espectaculares.

 

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¿Cuáles fueron los libros que cambiaron su vida? 
Son muchos. Pero el más importante fue una edición para niños de La Odisea que me regaló mi abuelo Manolo cuando hice la primera comunión. Mi abuelo Manolo Grandes fue una de las personas más importantes de mi vida. En todos mis libros hay abuelos y siempre es él, todas las nietas y nietos soy yo. Mi abuelo, cuando yo era una niña gorda y peluda, hablaba conmigo, me escuchaba y me consideraba una persona importante. En aquel momento pensaba que era lo normal, que eso era lo que hacían los abuelos, pero luego descubrí que no. Cuando hice la primera comunión me regaló un libro. Yo había pedido un tutú de bailarina azul celeste y él, como me quería, en vez de regalarme eso me regaló esa versión de La Odisea, que fue el primer libro que yo leí en primera persona del plural. Cuando un libro nos gusta mucho nos cuenta nuestra vida, entonces da igual que el escritor haya vivido mil años antes, que el continente en el que vivimos no estuviera explorado, da igual todo. Cuando un libro nos gusta de verdad nos trata de tú y acabamos viviéndolo en primera persona del plural. Eso fue lo que me pasó a mi con ese libro. Dejé de leer a Ulises y empecé a leer “Ulises y yo”. Entonces, Ulises y yo naufragábamos, Ulises y yo íbamos, Ulises y yo veníamos y, en el momento culminante de la venganza, Ulises y yo nos vengábamos. Ulises se vengaba de todas las injusticias que yo había sufrido. Yo creo que soy escritora porque leí ese libro. Es el libro más importante que he leído en mi vida.

¿Cuáles fueron los otros libros importantes?
Otro libro que me ha cambiado la vida es Tormento, de Benito Pérez Galdós. Fue el primer libro de Galdós que leí. Tenía 15 años, era una niña que había nacido en Madrid en los años '60, iba a un colegio de monjas. De repente leí una novela en la que un cura seduce a una huérfana y el narrador trata al cura con compasión y a la niña con tanta comprensión que yo me preguntaba: "¿Esto en qué país pasó? ¿Cómo alguien ha podido escribir así en mi país?" Fue cuando leí Tormento que empecé a darle vueltas a mi país.
Otro libro que me cambió la vida fue La madre, de Máximo Gorki. Cuando terminé de leerlo salí comunista perdida. No soportaba nada. Si me hubieran dicho: “¿Quieres coger una ametralladora?”, hubiera dicho: “Dame”. Ha pasado mucho tiempo, pero yo nunca he dejado de ser de izquierdas. De una forma un poco singular, cada vez más “francotiradora”, porque ya no me identifico con la evolución de la izquierda en mi país y en casi ningún país. Pero siempre estará La madre de Gorki ahí.
Fueron muchísimos los libros que me han cambiado la vida. Los hijos muertos, de Ana María Matute, por ejemplo, que me enseñó un camino por el que podía seguir. También libros de poesía, la poesía de Luis Cernuda. El poema que aparece en Los episodios que se llama “Díptico español”, lo escribió un poeta exiliado que al final de su vida decidió que él seguía siendo español por los Episodios nacionales de Galdós, porque los leía y consideraba que esa era la única patria que tenía. Lloré como una Magdalena la primera vez que lo leí. Y tal vez si no lo hubiera leído no se me hubiera ocurrido escribir esta serie. Soy muy injusta, nombré cuatro libros, pero podría haber nombrado quinientos.

Su vida estuvo muy atravesada por la literatura. ¿En su casa familiar se leía mucho? ¿Había libros, una biblioteca?
Sí, en mi casa había libros. Mi padre era un poeta aficionado. Muy malo, pero muy lector. Mi abuelo era un poeta aficionado también. Peor poeta que mi padre. Él me leía mucha poesía cuando era pequeña. Hay algunos poemas de Federico García Lorca, como “La canción del lagarto”, que no puedo leer de vuelta porque porque lloro. Los tengo completamente asociados a mi abuelo, a su voz.
Mis padres eran buenos lectores. Mi madre era muy católica, de ir a misa y eso, pero tenía un temor enorme de influenciarme en ese sentido. Entonces no me preguntaba qué estaba leyendo ni me miraba la mochila. Cuando leía algo que sabía que no iba a gustarle, ya me ocupaba yo de que no lo supiera. Mi padre era un padre típico de los ‘50, ‘60 en España, muy poco cuidadoso de sus hijos. Decía: “A mi me encanta tener hijos y luego no les hago ni caso”. Era muy así. Pero un día, cuando descubrí a Julio Verne en la biblioteca del colegio -yo tendría unos 11 años- le dijeron a mi madre en una reunión de profesores que yo leía demasiado y que por eso no tenía tiempo para estudiar. Al llegar a casa se lo contó a mi padre y él dijo: “La saco del colegio”, porque le pareció escandaloso que dijeran eso. O sea que sí, me animaban a leer.

En ese sentido la criaron con mucha libertad. Usted inició su carrera de escritora con Las edades de Lulú, una novela erótica. ¿Tuvieron algo que ver esa crianza, esas lecturas?
Lo de la novela erótica tiene más que ver con la atmósfera generacional. Ahí no tiene tanto que ver mi familia, aunque tal vez un poco la ausencia de mi madre. Mi madre murió cuando yo tenía 22 años. Me llevaba muy mal con ella, como casi todas las mujeres de mi generación. Mis amigas han tenido tiempo de reconciliarse con sus madres, pero yo no. Eso es algo que me pesa en el corazón. Probable si hubiera seguido viva no hubiera publicado esa novela. Y mi padre era partidario de que cada uno hiciera su vida. Yo creo que Las edades de Lulú es el resultado de una postura generacional.
Para mi generación, sobre todo para las mujeres, era muy importante marcar diferencia con la generación precedente. Mis padres habían vivido en un país donde Estado e Iglesia eran la misma cosa. Y no solo eso, pecado y delito eran la misma cosa y era más grande el pecado. Yo les cuento estas cosas a mis hijos y no se las creen. Como por ejemplo que cuando yo era pequeña una pareja no podía dormir en un hotel si no enseñaba el libro de familia. Esto a mis hijos les parece algo de ciencia ficción pero era así y nuestra generación tenía que romper con eso, teníamos que ser subversivos también en nuestra vida privada. El lema de mi generación -tácito, no expreso- es “vivamos el exceso y no nos sintamos culpables”. Las edades de Lulú es un poco de todo eso. Creo que lo que decidió el éxito de esa novela fue que funcionó como un libro generacional. Ahora cuando vienen chicos de 20 o 22 años para que les firme el libro, pienso: "¿Qué entenderán?", porque no es lo mismo.

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Hoy, sin embargo, hay un nuevo resurgir de cierta literatura erótica con libros como Cincuenta sombras de Grey. ¿Qué diferencias encuentra entre esa, su novela, y la literatura erótica de los años 80?
¡Ay! Yo me leí Cincuenta sombras de Grey para contestar con propiedad a estas preguntas. No me las leí enteras. Llamé a mi editor y le dije que me los enviara. Leí el primer libro y los otros dos los leí en diagonal. No tienen nada, nada, nada que ver con mi libro ni con otra literatura erótica hecha por mujeres en los años '80. La sensación que tengo es que Cincuenta sombras de Grey es un producto de un departamento de marketing que pensó: “¿Quiénes leen? Leen las mujeres. ¿Qué acontecimiento relevante ha ocurrido en los últimos 20 años? Que la literatura erótica ya no es clandestina, ya se puede leer en el metro. ¿Cuál es un nicho de mercado poco explorado? La literatura erótica para mujeres que se puede leer en el metro”. Entonces hicieron esta novela que, como producto de marketing, no hace falta decir que fue un éxito demoledor, pero como obra literaria no tiene nada que ver con mi novela. No solo porque esté bien o mal escrita, sino porque en mi opinión Cincuenta sombras de Grey es es un libro profundamente reaccionario y, además, tramposo. Es como un sendero de baldosas amarillas que te llevan a lo oscuro. Es un libro en el que no hay nada que perturbe al lector, es una historia de dominio. Hay un momento en la primera novela en la que él le dice “Te voy a azotar” y ella dice que no. Entonces él le dice: “Vamos a hablarlo”. Yo dije: "¡Esto es la caída de Occidente, no puede ser!”. Al final de la saga se han casado y tienen niños. Esa es la versión extendida de un chiste machista que tenía mucho éxito en España. Decía: “¿Por qué las mujeres ven las películas porno hasta el final?”, y la respuesta era: “Para ver si se casan”. Cincuenta sombras de Grey es el ejemplo de que se casan.
Me parece que es súper reaccionaria, no tiene nada que ver con Las edades de Lulú ni con otros libros de aquella época. En Las edades de Lulú hay mucha ideología. Es un libro político. La literatura erótica escrita por mujeres, protagonizada por mujeres en los años '80 estaban cargados de subversión. En Las edades de Lulú, Lulú no sólo deja de ser objeto y empieza a ser sujeto, sino que además como sujeto nivela el derecho de las mujeres a crear su propias perversiones, no a jugar un papel en las masculinas.

Retomando estas cuestiones que mencionó sobre construir y narrar “de abajo hacia arriba” y de intervenir socialmente. ¿Qué opina de las bibliotecas populares, creadas desde esa perspectiva?
Son fundamentales. Las bibliotecas públicas en sí mismas me parecen reductos de civilización y son la casa de la literatura. Son lugares fundamentales porque son las casas de los libros, pero sobre todo, son las casas de los lectores. En este momento en que la literatura está tan amenazada porque tiene que competir con tantas puertas maravillosas a todo color, las bibliotecas son fundamentales porque los lectores necesitan trincheras, puestos de avituallamiento.
Me parece que no hay nada más conmovedor como el lector que entra en una librería o en una biblioteca y se queda un rato leyendo las solapas, viendo cómo huelen. Hay un nivel de conciencia y de combate a la realidad en ese gesto que es conmovedor. Una biblioteca popular surge como una demanda de la sociedad civil en una sociedad minada y se convierte un poco en la casa de los vecinos. Son lugares para conocer personas, hay clubes de lectura que ayudan a los lectores a entenderse, son formas festivas de terapia.

 

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Para leer a Almudena

Castillos de cartón
En esta novela la escritora analiza los años de la movida, el Madrid de la primera mitad de los ochenta, a través de la relación amorosa que establecen tres personajes representativos de aquella época.

Te llamaré viernes
Una conmovedora historia de amor entre dos personajes que luchan con su infancia, la memoria, sus pasiones amorosas y con la muerte. La novela demuestra la ambición de la autora, su inconformismo y su deseo de explorar nuevas vetas de la conducta humana.

Malena es un nombre de tango
A los doce años, Malena recibe de parte de su abuelo el último tesoro que conserva la famila: una esmeralda antigua de la que no podrá hablar porque algun día le salvará la vida. Es la entrañable historia de una niña que luchará contra las normas impuestas por su familia para desenmarañar el laberinto de secretos que ésta guarda.

Atlas de geografía humana
La historia de cuatro mujeres que cuentan en primera persona su propia historia en un tiempo de confusión ideológica y crisis generacional.

Los besos en el pan
Narra de manera sutil y conmovedora, cómo transcurre la vida de una familia que vuelve de vacaciones decidida a que su rutina no cambie, pero también la de un recién divorciado al que se oye sollozar tras un tabique, la de una abuela que pone el árbol de Navidad antes de tiempo para animar a los suyos, la de una mujer que decide reinventarse y volver al campo para vivir de las tierras que alimentaron a sus antepasados…

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