Conversamos con la poeta santafesina sobre su obra -que ya suma más de treinta títulos- sobre su mirada del mundo, sus predilecciones literarias y su formación. También sobre el viaje iniciático que, entre 1969 y 1975, la llevó por toda América, los talleres de escritura que coordinó en las cárceles de Buenos Aires y sobre "Jardín secreto" el documental sobre su vida.

El reconocimiento público parece no afectar su tono de voz sereno y sonriente desde su casa en Zavalla, al sureste de Santa Fe. Quizás porque su poesía posee un filo sutil que devela algo invisible del mundo: aquello que separa a los objetos de los sujetos. Sus versos pueden parecer descripciones situacionales y luego aforismos con la fuerza de una reflexión vital. Diana Bellessi está encantada con los jardines y con la naturaleza, su escritura se sumerge y apodera de lo aparentemente inerte. “Me resulta sagrado el jardín que se cultiva y se ama y a la vez, me cautiva su incesante horror y su continua belleza”. 

En el documental Jardín secreto planteás que “existe un tiempo libre y anónimo” para la escritura, ¿cuándo sentís que nace un poema? 
Nace ahí, cuando no pasa nada: ese es el tiempo libre y anónimo, cuando no hay nada para hacer y nada te perturba, salvo el poema que empieza a nacer.

Vivimos en una sociedad que niega el paso del tiempo –en el propio cuerpo, en los alimentos, en la cadencia natural de las cosas, en la paciencia propia de la duda–. Tener lo que se tiene, el libro que reúne tus obras, reflexiona sobre el tiempo y la materia, ¿qué dinámicas vitales creés que luchan contra la negación del tiempo?
Contra la negación del tiempo no luchan las dinámicas vitales. Es la estupidez humana la que lucha contra la muerte; la muerte personal a la que hay que aprender a darle la bienvenida porque es parte de la vida. Lo que sabíamos y hemos olvidado y tenemos que recordar…

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Lecturas

¿Que leés en general de narrativa? 
No leo mucho narrativa. Hay pocos libros de ficción que me emocionen, digo, como cuando leés una novela y te dan ganas de llorar, por eso cuando me pasa con un escritor, trato de seguirlo. Eso sí me sucedió con John M. Coetzee, el nobel sudafricano, de quien leí tres novelas y me pareció una novela mejor que la otra; es maravilloso. Y en ficción argentina, lo que leí en los últimos años y me resultó fuerte, fue Liliana Bodoc; los tres libros que forman La saga de los confines. Con ella no me dan ganas de dejar de leer. Otra novelista, que es más conocida como dramaturga, es Griselda Gambaro y es una autora bien diferente a Bodoc, sin embargo me fascina. Después, leí autores más jóvenes, entre las novelas de Selva Almada que me gustaron mucho, mi favorita es Ladrilleros. Esa chica tiene un don, da algo, te da algo. Y te lo da en el pecho.

¿Cómo leés poesía? ¿Armás tus recorridos de lectura? 
En poesía tengo mucha relación con escritores de treinta o cuarenta años, pero no me armo recorridos de lectura, sino que salto de una lectura a otra. Como escribo me resulta más fácil este género, porque circula alrededor mío y leo más. 

Creo que la poesía argentina, en particular, es como una especie de milagro en su producción: tiene buena y mucha. Además sobrevivió a la dictadura, momento en que la ficción en este país se fue al carajo, y le costó bastante retornar de esos espantosos años 70. Sin embargo, la poesía permaneció vivita y coleando, circulando de una manera rara y misteriosa. Y ahora, tras décadas, vuelve a pasar algo interesante, sobre todo a partir del realismo de los 80 y 90, porque se produjeron muchas tendencias y de maneras bien distintas: hay buen material en diferentes estilos. 
Suponete, te puedo hablar de Osvaldo Bossi o de Alejandro Crotto, que escribe un libro que se llama Abejas y un segundo libro que salió en 2013, Chesterton, y no tiene nada que ver con el realismo de los 90, el tipo de poesía es completamente otra. Uno puede ver a la poesía entregándose a esa variante del realismo, y también una poesía completamente diferente, lírica, en el mismo mostrador, sin que sea un negocio; y eso es algo milagroso, que haya tan buena poesía en tantas facetas de representación.

¿Cómo ves el fenómeno de la ampliación de la oferta editorial, el boom de una industria independiente que publica títulos y títulos?
En cuanto al boom de la publicación independiente que mencionás, creo que la poesía fue vanguardia en la tendencia de autogestionarse, de publicarse. Es una tradición propia de la poesía. La aparición de las pequeñas editoriales argentinas empezó con la poesía. Los poetas lograron la distribución, el hecho de que los puedas encontrar en las librerías, porque cualquiera puede publicar un librito con las nuevas tecnologías, pero el problema es adónde va. Porque las pequeñas editoriales de poesía argentinas tienen circuito de distribución. Uno al boleo puede nombrar varias editoriales independientes como Adriana Hidalgo, que es donde publico yo, o Entropía. O podemos nombrar otras con menor poder. 

Las bibliotecas

¿Cómo es tu relación con las bibliotecas? 
Cuando era joven hice uso de bibliotecas públicas. Ahora ya no. Tengo mi propia biblioteca personal, compro libros, o van rotando de otra manera: mis amigos y mis alumnos me prestan. Creo que la biblioteca es algo fenomenal, sin bibliotecas públicas yo no hubiera leído nada de literatura, si lo que más leí, lo leí en la juventud.

¿Cómo era tu biblioteca de niña?
Mi familia era iletrada. Mis abuelos no sabían leer ni escribir. Mis papás no habían terminado la escuela primaria. Mi mamá la terminó durante el peronismo. Me acuerdo perfectamente cuando fue a Santa Fe a rendir su examen para terminar sexto grado, porque me llevó. La emoción que tenía de haber aprobado... Y mi papá, si mal no recuerdo, nunca terminó tercero. Yo accedía más que nada a diarios y revistas, pero mis padres se ocuparon de armarme la biblioteca: me compraban libros de niños, cuando yo era chiquita. Hasta los trece años leía de ahí, después cuando me mudé a Rosario para hacer el secundario, me conseguía yo misma los libros en la biblioteca del colegio. 

¿Qué momentos distintos hay de ser poeta? Decir consagración no suena bien, pero es cierto que has ganado muchos premios: una beca Guggenheim, la Trayectoria en las Artes de Fundación Antorchas, el Konex al Mérito en Poesía Quinquenios, sos Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y también recibiste el premio Nacional de Poesía. ¿Cómo es el reconocimiento de la labor poética? 
Yo creo que llegamos a los setenta como a los veinte años. Un amigo que tiene setenta acaba de publicar un libro en una editorial grandísima y lo toma con la misma humildad que tenía en la juventud. En la poesía, la consagración es algo que no existe. ¿Qué sería? ¿Los galardones de las grandes editoriales? Si el último premiado en poesía fue Juan Gelman que sacó el Cervantes. En realidad, los premios son como una mentira que uno se inventa. A menos que lo que me quieras preguntar sea cómo es envejecer... (risas)

¿Y cómo fue tu recorrido, desde cuándo elegiste tu vocación de “ser poeta”? 
Yo tomé esa decisión a los trece años. La poesía era el centro de la vida, lo que más me importó. Leía y escribía mucho. Después estudié filosofía en la Universidad Nacional del Litoral, pero ya sabía lo que quería: escribir poesía. 

Tu primera publicación fue en Ecuador, estando de viaje. ¿Cómo se dio? 
Me publicaron de sorpresa a los veintidós años. Cuando recorrí América, paré en Ecuador bastante tiempo y trabajé en la Casa de la Cultura, que era una de las pocas editoriales que había. Trabajé un tiempo largo y dejé mis textos, al año y medio ya estaba en México y me llegó un ejemplar del libro. De todos modos, ese es un libro que no publiqué en las obras reunidas, porque no lo considero como mi primer libro; es más bien un libro de laboratorio. Mi primera obra poética podría decir que es Buena travesía, buena ventura pequeña Uli, que está en Tener lo que se tiene

Viaje iniciático

¿Cuál fue el recorrido de tu viaje por América?
Salí de Zavalla, mi pueblo, en 1969 y no paré hasta 1975. Primero fui a Santiago de Chile en tren. Para que te des una idea de lo que fue el viaje, ahí ya se me estaba acabando la plata. Había salido con nada: tenía un sueldo de maestra, que no era mucho. Empecé a escribir en el camino. Fui con un amigo, Gabriel Martínez Dalmasso. Él se volvió a los pocos meses, después de Machu Picchu. Con la mochila al hombro, yo iba trabajando de lo que podía. El viaje llevó seis años en total. Fui por el Pacífico, Ecuador, y cuando llegué a Colombia, tenía que cruzar a Panamá y no había forma, la frontera estaba cerrada por tierra. Entonces me tiraron unos barcos por el Caribe y llegué a la isla de San Andrés, después fui a Guatemala y a México. En México renové mi visa, fui a Nicaragua, Costa Rica. Pero nunca visité Panamá. Tampoco pude conocer Venezuela, por una cuestión burocrática. 
Una vez un hombre que conocí en la frontera me prestó plata; en México había que demostrar que tenías muchos dólares en la billetera, y cien dólares ya era un montón. México, Ecuador y Perú fueron países que me dejaron una marca, los que más quise. Perú, porque es una lección de historia. Ecuador, porque es bello. Y México, porque tiene una grandeza impresionante. Después crucé a Estados Unidos. Yo era una chica del rock & roll; ahora también, pero en ese momento, más. Me cambiaron unas amigas mexicanas, me vistieron y me arreglaron para pasar por la frontera. Me fui a Houston y trabajé de lavacopas. A partir de ahí, hice el sur y la costa oeste... Ese fue mi viaje por América.

¿Podríamos decir que la escritura está ligada al viaje? 
Hay un vínculo muy presente, como el de la vida con la escritura. Pero, en particular, aquel viaje me permitió conocer la poesía contemporánea de Latinoamérica, que entonces –sin Internet– no circulaba. Conocí a escritores famosos y a otros desconocidos, fuera de lo que fue el boom literario; me enteré de otra cosa estando de viaje. También leí una gran ensayística y entendí que la poesía y el ensayo están cerca, más que la ficción de la poesía. Y eso, como experiencia de mi largo viaje, enriqueció mucho mi escritura.  

¿Cómo se hace para volver después de un viaje tan largo como el que hiciste por Latinoamérica a la pampa argentina?  
Lo mejor de un viaje es siempre el regreso. Yo llego a Buenos Aires y le digo: ¡bendita seas ciudad más linda del mundo! Y cuando vi la llanura, viajando en tren hacia Rosario para visitar a mis padres, no cesaba de reír y de llorar frente a su maravillosa e inagotable belleza, la del llano verde, la tierra en la que crecí… De todos modos, yo soy una migrante: vivo en Buenos Aires, en el Delta del Tigre y acá, en Santa Fe, en Zavalla.

En una más veta política, ¿qué te llevó a realizar, allá por los 80, la experiencia del taller de escritura en las cárceles? Existen varios programas de educación en contexto de encierro, llevados a cabo por instituciones públicas y privadas, incluso bibliotecas populares. ¿Estás al tanto de ellos? ¿Qué te parecen?
Sí, estoy al tanto y tengo vínculo con alguno de ellos. Por ejemplo con Yo no fui. Voy como colaboradora a las cárceles. Son grandes proyectos que modifican vidas humanas, las de las personas que concurren a esos talleres y las de los que los dan. Así fue modificada mi vida…

¿Cómo es el lenguaje de las cárceles, esa lengua codificada, que encierra metáforas con implícitos muy particulares?
Como en los barrios cerrados, como en los hospitales, como en los ambientes tan disciplinados de los que habla Michel Foucault, diría yo. Si me preguntás cómo son las escrituras de la gente de la cárcel, hay una escritura de quien no sabe escribir, pero hay otra que es una escritura muy angustiada y muy rebelde, en cuya dualidad reside su potencia. Eso que presentía en los 80, lo sigo viendo ahora.  

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Poesía en red

En una entrevista comentaste que en la universidad se estudia poca poesía, ¿por qué creés que pasa esto? 
Porque la poesía no es de letrados, no saben qué hacer con ella, aunque la hayan escrito Dante y Quevedo, Darío, Martí y Mistral entre tantos otros. La intersección entre la lengua de los pueblos y la tradición literaria es muy fina también.
  
¿Te imaginás algún escenario futuro respecto del lugar de la poesía en Argentina que te entusiasme?
Me entusiasma el presente. Quizás el mercado no se interese demasiado en nosotros, pero las multitudes sí. Y eso es lo que importa. Aunque también importa la chica o el muchacho a solas que te escucha o te lee, porque el cambio, como decía Pepe Mujica, está en el corazón de cada uno de nosotros, y es ahí donde apunta la poesía.

Circula mucha mitología del poeta como apartado, sustraído de lo social, de la actualidad, de las urgencias del ahora, de lo mundano. ¿Cómo se articula eso con el lugar social real del poeta y de la poesía?
El poeta, como cualquier ser humano, está sumergido en el presente. Pero en el presente hay de todo: las urgencias de la hora y lo sucedido en la vastedad del tiempo, como en Gabo Ferro, por ejemplo, o en el Indio Solari, dos grandes a los que amo y que hablan de todo, como vos y yo, como mi vecina. Ojalá los poetas sigan sin tener lugar en lo social, porque como decía Juan L. Ortiz en La intemperie sin fin, ése es su lugar.

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Pasos de baile *

Hoy la muerte se hizo presente
de un modo nuevo, no en las cosas
sino en mí, cuerpo y mente ya lo saben
aunque yo, no lo sé

sube a mi hombro la muerte
y a medio metro alea
una tacuarita, los caseros
se cortejan sólo a tres

las pavitas caminan 
sobre el pasto y picotean
a dos como si acaso
fueran pasos de baile,

nueva cae la vida sobre ellos
como nueva la muerte sobre mí 

Diana Bellessi 

* Este poema forma parte del libro Pasos de baile, publicado por Adriana Hidalgo Editora en marzo de 2015.  

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