¿Qué hay detrás de una feria del libro? ¿Por qué son importantes, aún en tiempos de internet? A lo largo de esta nota, Gustavo Sorá, especialista en el tema, deconstruye la institución “feria” con todas sus oposiciones, contradicciones y ambivalencias, develando aspectos poco explorados de las mismas.

Pensemos en las ferias del libro como un ejercicio necesario o al menos interesante para ponernos en perspectiva y comprender claves generales de la sociedad y la cultura contemporáneas. Las ciencias sociales disponen de conceptos y métodos para recortar, segmentar, ordenar, jerarquizar y extraer conclusiones sobre qué significan las ferias internacionales de libros.

Imagínese algo que pueda ser primitivo y futurista al mismo tiempo; particular y universal; para profesionales y para legos; nacional e internacional; frío y caliente; aparentemente socialista y netamente capitalista; incluyente y excluyente; para iniciados y para novatos. Estas oposiciones, contradicciones, ambivalencias estimulan un ejercicio teórico para comprender las ferias de libros. A medida que interpretamos algunas de estas relaciones, verificaremos la combinación entre ellas o su carácter de sistema.

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Primitivo-futurista

Las ferias tienen componentes primitivos y futuristas. Se definen en esa tensión temporal donde se encuentra lo que vendrá y se ratifica lo de siempre. Las ferias marcan tendencias, lo que va a suceder; es el momento donde se exhiben las novedades bibliográficas y tecnológicas, donde se asimilan ideas y  tambiénvalores.Pero , como los rituales en momentos precisos de un calendario específico, las ferias repiten un evento de comunalización en el que se consensúan representaciones y se ratifican elementos del contrato social. La gente va físicamente e interactúa cara a cara; suda, dispensa mucha energía mental-corporal. Allí se manifiestan relaciones de afinidad y de enemistad, se sacia el gusto y se expresan disgustos, se clasifica y ordena aquello que puede ser retenido como significativo. Como en los carnavales, lectores, autores, editores, bibliotecarios, categorías sociales jerárquicas, cotidianamente separadas por el objeto libro, se mezclan y se aproximan en el frenesí de la feria. El juego de estos eventos consiste en enfrentar la yuxtaposición de figuras y libros, inicialmente caótica, en desfilar festivamente por pasarelas de objetos y personas para salir de allí con cierto orden simbólico y sociológico. Por un lado, un orden preexistente, cerrado donde se ratifica el lugar de cada quien y se comprueban los juicios sobre sí y sobre otros al respecto de formas de estar en la cultura por mediación de libros. Pero también el orden se abre y se desplaza en función de la adquisición de nuevas referencias, materiales y vínculos. Primitivo y futurista es una relación al mismo tiempo histórica y trascendente a la historia. En otras palabras siempre es un evento distinto y lo mismo. Hay razones para pensar que la función de las ferias es afirmar estructuras invariantes de los mercados de bienes simbólicos. Para comprender cómo en las ferias se procesa la relación entre acontecimiento y estructura, comencemos por repasar algunos aspectos significativos en su genealogía.

Historia de las ferias

El género de ferias a las que pertenecen las de libros existe desde los albores del capitalismo. En su sociología histórica de la economía moderna, Karl Polanyi fue quien más nítidamente hizo visible la relación entre mercados y plazas de mercado. Hoy en día un mercado, si bien tiene bases o evidencias materiales, es una abstracción: está en todas partes y en ninguna, nos abarca y nos constriñe. Pero en los primordios, cuando los Estados nacionales no existían, cuando la economía no se sustentaba en instituciones, las ferias eran plazas donde se hacía visible y patente el intercambio, la composición de precios y valores de las mercancías, donde se diferenciaban los productores, los intermediarios y los consumidores; eran escuelas de formación (cultural, profesional) y mecanismos de transformación social. Lo más importante era la reunión en un mismo sitio de oferentes y compradores oriundos de distintas geografías, tradiciones y lenguas.

En términos económicos, feria tras feria se fue modelando el espacio del mercado librero; en términos culturales, se alteraron las fronteras de lo pensable. En términos sociales e ideológicos, es un acontecimiento que congrega multitudes, manifiesta poderes y dinamiza la esfera pública. Por ello las autoridades de tendencia conservadora siempre sospecharon del potencial subversivo de las ferias, evento que a veces se intentó controlar políticamente. Piénsese en todo lo que absorbe el símbolo de un presidente de la Nación cortando cintas en cada inauguración de la feria internacional de libros.

Ferias en tiempos de Gutemberg, ferias en tiempos de internet

¿Por qué las ferias de libros adquieren cada vez más relevancia en tiempos de internet? A primera vista uno podría confundirse con el trabajo altruista para masificar la lectura, difundir la cultura y otras retóricas civilizadoras. Pero el fin primario de las ferias es garantizar la reproducción de los productores, los maestros del ritual, los que toman las decisiones sobre volúmenes y variedades de títulos que existen en un mercado. Estos son, en primera instancia, los editores. Las novedades del mundo serían potencialmente cognoscibles y adquiribles por medios electrónicos. Un vendedor y un comprador de derechos podrían no verse nunca. Sin embargo, al entrevistar a editores de varios países, ellos insisten que las ferias cumplen la necesidad de verse cara a cara con los pares.

Al menos hasta el momento –por ahora ficcional– en que la tecnología controle la vida, la humanidad de los mercados hará que las transacciones no resulten apenas de cálculos económicos. Faltan siempre condimentos de otras especies. Aparte de verificar las mercancías táctilmente, los productores deciden sus actos y relaciones al conocerse personalmente. Juegos de seducción, vínculos de amistad, afinidades que pueden ser ideológicas o de estilo de vida, forman valor agregado, elementos que pueden dirimir que un producto no sea vendido al mejor postor, sino a aquél que potencie el valor simbólico de lo adquirido por cierto período de tiempo. Junto a la primacía de las interacciones entre personas y a la recursividad de ciertos valores transhistóricos, el primitivismo de las ferias también se expresa en su frecuente carácter antieconómico. La inversión financiera que se dispensa para ir a las ferias muchas veces no es compensada por las compras y ventas. Un contrato de edición, luego, nunca se reduce a un cálculo económico. La economía se hace con elementos sociales, afectivos e ideológicos. Marcel Mauss lo visualizó como nadie en su ensayo sobre el don de 1925. Antes que buenos negocios, una feria garantiza que el editor pueda consumar el desafío esencial de las prácticas definitorias de los mercados de bienes simbólicos: hacerse un nombre.

Nacional-internacional

La sacralización que a lo largo de la Edad Moderna se le otorgó al libro como uno de los símbolos por excelencia de la civilización explica el hecho de que tal objeto siempre cumpla un rol en la carrera evolucionista para establecer modelos de cultura. Las artes de impresión no podían estar ausentes en el centro de las exposiciones universales que se multiplicaron por capitales de occidente entre mediados del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX. Pocos eventos como aquéllos demuestran un hecho importante para nuestra teoría: la Nación es internacional por definición. Como en los torneos deportivos mundiales, en las ferias internacionales de libros las culturas nacionales maximizan su competición por valores de grandeza relativa. Se acuerdan así normas (tácitas o explícitas) de coexistencia y convivencia internacionales. Esta hipótesis es esencial para comprender una feria como la de Buenos Aires, la única que en nuestro país porta el nombre de internacional. En su mutua oposición, los mercados de libros van definiendo sus fronteras nacionales. En la medida de sus posibilidades, o mejor dicho de los intereses de los gobernantes de turno, el Estado se involucrará, va a hacer suyo el interés corporativo. De esa negociación, que evidencia la presencia de los productores y mercaderes de libros en el campo de poder, se figuran las fronteras internas de los mercados de libros. Pero las ferias están allí para no olvidar que un mercado nacional sólo es reconocido como tal en la competición internacional, en sus relaciones de oposición con otros mercados. El exterior sanciona, corrobora y legitima. De allí que en cada país, la feria que gana la competición en el plano interno adquiere el nombre de “internacional”.

Internacionales son las ferias significativas para los profesionales. Los que tengan condiciones, año a año buscarán trashumar por un circuito de ferias en las que puedan adquirir capitales para reforzar sus acciones y posiciones en el mercado específico del que participan. La única feria que profesionales de todo el mundo acuerdan en ver como esencial es la de Frankfurt. Los editores hispanoamericanos suman la de Guadalajara como aquella que ganó el privilegio de incidir en esa geografía cultural y mercantil. Los argentinos, por ejemplo, con menor frecuencia van a las ferias de la American Booksellers Association, al Salon du Livre de París, a la feria de Londres, a la de San Pablo o a Liber, las alternadas ferias de Madrid y Barcelona. Desde cada punto del espacio internacional, el mundo es recortado con distintas tijeras que modelan a su vez el perfil del propio mercado nacional.

Hablamos específicamente de ferias internacionales. Esta variante observa una genealogía específica cuyo umbral genético es la feria de Frankfurt, cuyo actual ciclo se inició en 1949. Después de las atrocidades de la guerra, el libro y el pensamiento fueron dos dimensiones de la política exterior alemana para mostrar otra cara de esta civilización y luchar para regenerar un digno lugar en el concierto de naciones. Para los vencedores, como siempre, Alemania era un paraíso para hacer negocios bajo el velo cooperador y para reconstruir un enorme mercado lector. Por ello, ya en 1954 asistían mil editores de lengua alemana y quinientos de otras lenguas y países, en especial editores franceses. A finales de esa década los anglosajones tomaron ese evento como punto de encuentro anual de sus profesionales. Frankfurt llegó a ser la mayor feria de libros de lengua inglesa. A lo largo de los años 60 y 70, se replicaron eventos similares en muchísimos mercados. La primera Feria Internacional de Buenos Aires (en realidad, tercer y definitivo ciclo) data de 1975 (con dos antecedentes en 1971 y 1974). Frankfurt es un modelo que intenta ser imitado hasta en la cartelería. París, Londres, otras ferias han querido arrebatar la supremacía de aquella; es tarde ya. Aparte de la tradición, fuerza irremplazable, como nos enseñan Herder o Boas, el mercado alemán, como el francés, se reinventa permanentemente y solventa su poder con firme apoyo estatal, única combinación posible para competir con los mercados culturales anglosajones por la primacía en la universalización de la cultura.

Profesional-popular / cultural-político

En primera instancia, las ferias tienen como función sostener, reproducir, reforzar los mecanismos de mercado de los productores. No es casual que los principales eventos de diferenciación corporativa o umbrales de organización de los mercados coincidan con la realización de ferias importantes. La Sociedad Argentina de Escritores, por ejemplo, se fundó tras la realización de la primera feria de libros realizada en nuestro país. Sucedió en el Teatro Cervantes, en 1928. La Sociedad de Editores fue creada en 1936. Al ganar fuerza y devenir Cámara Argentina del Libro en 1943, hizo público ese salto con la realización de una gran feria que fue denominada Primera Feria del Libro Argentino. El evento se realizó durante todo el mes de abril, en un predio especial de la avenida 9 de Julio. Asistieron dos millones de personas, casi el 70% de la población de la ciudad. Las ferias contribuyen significativamente para la diferenciación mutua de los oficios y los públicos que mueven el mundo de los libros.

Volviendo a las premisas de Polanyi, notemos que hay ferias dondequiera que haya mercados. Cada año se realizan ferias internacionales de libros en casi todos los países. Se trata de eventos que varían entre cinco días y un mes de duración. Las ferias más cortas son para profesionales del mundo editorial; las más largas son realizadas como eventos para el gran público. Pero en todos los casos se pueden encontrar diferentes configuraciones donde los dos polos, profesional y gran público, están presentes. Las ferias internacionales más grandes, como la de Frankfurt, pueden atraer trescientas mil personas. Ferias internacionales para el gran público como la de Buenos Aires o San Pablo son visitadas por más de un millón de asistentes. Cada versión es sopesada en su éxito si se supera ese piso. En un polo, las ferias producen efectos que impactan en el ciclo anual de trabajo profesional de editores, libreros, impresores. Se puede pensar, por ejemplo, que las ferias marcan el tiempo elegido para lanzar gran parte de la producción nacional y para cerrar las compras y ventas de productos y de licencias de traducción y de edición. Para existir en su medio profesional, un editor debe “dar la cara” al mercado, acto literal al exponerse con sus libros en la principal feria de su país. Cuando se orientan al gran público, las ferias son megaeventos del calendario anual que tienen influencia sobre las formas de percepción de la literatura nacional y de los problemas intelectuales legítimos. Los escritores aprovechan el escenario. Durante las ferias se realizan mesas redondas con (o sobre) los autores más renombrados pero también sobre las barreras a la publicación de los desconocidos. Salvo raras excepciones, son escritores de ficción los convocados para el mágico ritual de autografiar libros. Las ferias son también el tiempo en que, mediados por la amplia repercusión pública, los profesionales se enfrentan con las autoridades gobernantes. Es el momento cuando se difunden datos estadísticos del sector, cuando el Estado y el periodismo concentran su atención sobre la edición, los escritores, la lectura. Es en tiempo de feria cuando se figuran los “problemas del libro nacional”.

Entre otras cosas, el análisis de las ferias internacionales de libros demuestra cómo la globalización es una dulce teoría que oculta o eufemiza la perdurable primacía de las naciones y los Estados (la política) como entidades esenciales para la dominación económica y cultural. Es tarea de las ciencias sociales revelar lo que las sociedades tapan. No para enjuiciar sino para comprender todo lo que pueda ser equivalente a la verdad de que la cultura nunca está presente en su totalidad, en superficie.

Espero que este boceto teórico para comprender ferias de libros contribuya a intensificar el placer de ir allí con otra perspectiva: una mirada y reflexión sobre todo lo que se pone en juego detrás de lo que podemos abarcar con la vista y el cuerpo durante esta clase de poderosas manifestaciones seculares.

 

*Doctor en Antropología Social por el Museo Nacional de Río de Janeiro. Actualmente es investigador del CONICET, trabaja en el Instituto de Antropología de Córdoba y es profesor titular en la Universidad Nacional de Córdoba. Sus principales trabajos, muchos de ellos publicados o traducidos al francés, portugués y alemán, abordan el mundo del libro, la producción intelectual, la circulación internacional de ideas y la historia de las ciencias sociales.