A lo largo de su extensa carrera Luisa Valenzuela incursionó en diversos géneros –cuento, novela, microrrelato, ensayo, escritos periodísticos–. Su paso por los distintos lenguajes responde a la búsqueda de diversión, algo que persigue desde niña. "Descubrí que escribir y abrevar en mundos interiores, desconocidos y secretos, resulta una aventura", dice sobre su infancia. En esta nota, cuenta además sobre su labor como promotora de la lectura, habla sobre su obra y desmitifica a aquellos que dicen que no tienen tiempo para leer.

Entrar a la casa de Luisa Valenzuela es sumergirse en múltiples universos. No solo por las máscaras que cuelgan sobre las paredes de su estudio, traídas de todos los rincones del mundo, sino también por su extensísima biblioteca. Los libros están rigurosamente ordenados: hay estantes de antropología, filosofía y psicología, pero también hay un espacio destacado para los libros sobre máscaras, microrrelatos y escritoras argentinas y latinoamericanas.

Sin dudas, las máscaras tienen un predominio importante, y Valenzuela publicó hace unos  años un libro dedicado a ellas, Diario de máscaras. Se trata de un diario de viaje que contiene la historia detrás de cada una. Pero ante la pregunta sobre cómo empezó la fascinación por las máscaras –que por cierto, es bastante recurrente–, Valenzuela dice que nunca sabe qué contestar. “Seguro que los viajes tienen que ver”, responde rápidamente. Cuenta que ya de chiquita sentía deseos de viajar y descubrir mundos nuevos; que coleccionaba todo tipo de cosas: estampillas, postales de lugares. Y encuentra un paralelismo que es un rasgo que la caracteriza: los viajes y el movimiento: “Nada es estático; y la lectura también es eso. La lectura te mueve, es una manera de moverse de lugar, de ver las cosas desde otro ángulo”.

 

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Escribir con el cuerpo 

Becas como la Fullbright y la Guggenheim, actividad académica en las Universidades de Nueva York y Columbia, congresos y conferencias volvieron indefectiblemente a Valenzuela una persona en movimiento. Y el movimiento es algo que recorre su obra: ella se mueve indistintamente entre géneros (narrativa, cuentos, ensayos, clases, microrrelato). Su primer acercamiento a la escritura fue a través del periodismo, una escritura que Valenzuela denomina “activa”: “El periodismo fue una puerta de entrada para lo que podía ser la escritura activa. Lo otro, estar tirado en la cama escribiendo, me parecía algo muy pasivo. De hecho yo siento que uno escribe con el cuerpo, yo me muevo mucho mientras escribo”.

Una anécdota de la infancia cuenta que Valenzuela no jugaba con muñecas y que, cual niña exploradora, arengaba a sus amigas a salir del ámbito doméstico a explorar el mundo. Para ella, el hecho concreto de escribir se opone a la quietud: “cuando escribo, y surge algo que me interesa, salto, me paro, lo siento como una corriente energética. La actividad mental es una actividad física para mí”.

Otra actividad que implica movilizar el cuerpo y que se relaciona con la escritura es viajar, y vos pasaste gran parte de su vida viajando.
Sí, era un sueño de juventud. Me interesa mucho lo desconocido, lo que es diferente. Por eso me gusta cruzar a los mundos orientales, o los originarios, tratar de entender desde otro lugar. Y por eso amo las máscaras: porque me cuentan historias. Las que me interesan son las máscaras de rituales, de teatro, de carnavales; las que son de uso y cobran vida junto con la persona. Al fin y al cabo la palabra persona significa máscara.

Leer y escribir 

Hace unos años Valenzuela fue convocada para escribir el libro Lección de arte para la colección mexicana Consejos de mentes brillantes. La colección tiene como destinatarios a maestros de escuelas públicas y se imprime en tiradas de 100.000 ejemplares por título. Figuras reconocidas de la cultura fueron invitadas a escribir sacar lecciones de lectura (Mario Vargas Llosa), democracia (Giovanni Sartori), filosofía (Eduardo Subirats), justicia (Baltazar Garzón), etcétera. Escribir este texto fue para Valenzuela una tarea de aprendizaje y disfrute.

Lección de arte apunta específicamente a las artes en general, pero en el libro hay una evidente inclinación por la escritura y la lectura, ¿fue algo premeditado?
Intenté involucrar todas las artes, pero lo que más me interesó fue despertar el entusiasmo por la enseñanza y por el aprendizaje no sólo de los alumnos sino también de los maestros, que deben de estar bastante aburridos con los programas oficiales. Y aprendí mucho de este intercambio; por ejemplo que en Francia se propuso llamar aprendiente al estudiante. El rol activo está en el joven; el maestro no tiene que explicar, tiene que plantear las cosas y despertar el interés y que el otro vaya armando su propia visión del arte, de la literatura o del tema que fuere. Sobre todo intento transmitir el entusiasmo y el amor por aprender y por la lectura. Lo deslumbrante que es ir teniendo acceso al conocimiento.

¿Cómo ves ese tema en Argentina?
No tengo mucho contacto con la parte de educación. De hecho cuando me pidieron este libro yo aclaré que no era pedagoga. Pero ellos justamente querían eso, una visión distinta. Sospecho que acá la idea de que los jóvenes de hoy ya no leen no es del todo exacta. Yo creo que leen más de lo que se sospecha. Eso sí, temo que les dan textos demasiado predigeridos en los programas escolares. Pero creo que hay una curiosidad vigente y es importante fomentarla. Para lo cual acá ocurren cosas muy estimulantes. La Feria del Libro, sin ir más lejos, es una prueba del interés de la gente por los libros, aunque más no sea para verlos. El contacto con el libro es muy importante, la sensación física del libro impreso.

¿Podés contarnos acerca de la experiencia de promocionar la lectura siendo escritora?
Creo que no hay escritor que no haya leído mucho en su juventud. La gente que cree que se puede escribir sin tener un acopio de lecturas está equivocada y acaba por frustrarse. Porque todo el material que vas acumulando con la lectura, aunque al final quede apenas un sedimento, es muy importante a la hora de crear. 

 

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¿Cómo fue tu primer acercamiento a los libros?
Tuve la suerte de nacer en una casa muy libresca. Mi madre (Luisa Mercedes Levinson) era escritora y en casa era habitual ver a Borges, Mallea, Sábato, Arturo Cuadrado, y todo el mundo intelectual de exiliados españoles. Fue para mí un acercamiento desde la fascinación de escucharlos y también un alejamiento, porque yo no quería volverme ese ser pasivo que es un escritor. Yo los veía muy aseñorados, muy sentados, mi madre por ejemplo escribía todo el día en la cama. Eso me parecía tremendo, yo quería aventuras. Años después descubrí que escribir y abrevar en esos mundos interiores, desconocidos y secretos, resulta una aventura. 

Más allá de tener una madre escritora, y de los escritores que frecuentaban tu casa, vos ya tenías lecturas propias.
Sí, ya tenía mi propia biblioteca, y además tenía una fascinación por el libro. Tenía, por ejemplo, en inglés los libros de Nancy Drew, que era una chica detective. En esa época, en los colegios ingleses hacían a fin de año una venta de libros usados, y yo iba vorazmente a comprarme libros, como quien compra caramelos. Armé mi propia biblioteca con cajones de fruta, para tenerlos en mi pieza y me armaba objetos con ramas y palitos… ¡me encantaba todo eso! Y me sigue gustando. Yo creo que de no haber sido escritora habría sido escultora de chatarra.

¿Y cómo sos como lectora?
Muy haragana, me gusta saltear, picoteo. Y en el picoteo descubro cosas. Me gusta ese descubrimiento. Tomo libros que creí nunca haber leído y los encuentro subrayados por mí. Así que muchas veces me olvido de lo que leo. Soy una lectora voraz de cualquier tipo de libros: leo mucha ciencia, leo cosas de matemáticas de las que no entiendo ni la cuarta parte pero me fascinan, leo mucha antropología, psicología, filosofía. O sea que últimamente más que la literatura, leo todo lo que me cae en las manos.

¿Qué cosas te parece que no son necesarias para difundir la lectura o para interesar a alguien con la lectura?
Nunca debemos imponerla. Hay un decálogo maravilloso que habla del derecho del lector. Dice que el derecho del lector es el derecho a no leer; a hacer lo que se le antoja, a empezar de atrás para adelante, a leer salteado, a dejar el libro cuando se aburre. No obligar, despertar el entusiasmo. Entonces por ahí empezás a leerles en voz alta y después, cuando despertaste un interés, lo dejás y decís “el libro está ahí”. La lectura tiene que ser algo que surja de la sacrosanta curiosidad, no de la imposición. Y los que dicen que no tienen tiempo para leer se engañan, porque siempre hay un rato. Lo que pasa es que mucha gente cree que si agarra un libro lo tiene que terminar obligatoriamente. Un libro te tiene que enganchar: el deber del libro es seducirte. Además, para eso existeel microrrelato. Lecturas de un minuto que después laten durante el día en la imaginación.

La escritura propia 

Valenzuela se caracterizó por describir la época de la dictadura (y también las cicatrices que dejó en las personas) por momentos con una mirada irónica, donde el humor intenta balancear tanta opresión y oscuridad. Alguien dijo que logró captar los matices grotescos de la violencia. Esto se ve con claridad en los cuentos de Aquí pasan cosas raras (1975) o la novela Realidad nacional desde la cama (1990), entre otros. Leído a la luz de hoy, un

relato como “Aquí pasan cosas raras”, sigue produciendo una sensación de incomodidad que trae a la memoria el horror que se vivía en ese entonces: “En épocas de claridad pueden hacerse todo tipo de preguntas, pero en momentos como éste el solo hecho de seguir vivo ya condensa todo lo preguntable y lo desvirtúa”.

En tu obra aparece la preocupación por la censura. ¿Cómo fue tu experiencia personal al respecto?
Hubo momentos difíciles, sobre todo con Aquí pasan cosas raras y la novela Como en la guerra, que aparecieron justo al principio de la última dictadura. Muchísimos años más tarde escribí la novela El Mañana, sobre una censura indiscriminada. La pensé transcurriendo en un futuro lejano e improbable, pero ahora me da miedo la situación de los escritores amenazados en diferentes partes del mundo. De alguna manera se volvió más actual de lo que hubiese querido, premonitoria casi. El mundo de hoy parecería temerle a las ideas. Y a las mujeres, para no hablar de las mujeres con ideas.

Respecto al microrrelato, ¿cómo llegaste al género?
Me pasó algo cómico: llegué a Salamanca en el 97 o el 98, a un congreso de literatura en lengua castellana. El programa era muy amplio, con muchas mesas al mismo tiempo. Entonces vi que había una sobre microrrelato. Y pensé: “¡Qué interesante! ¿Qué será esto?”. Y resulta que me mencionaron. En mi primer libro de cuentos, Los heréticos, hay un par muy cortitos, que resultaron ser microrrelatos, pero como el género no estaba aún instaurado yo no tenía ni idea. De hecho uno de esos cuentos, “El abecedario”, se ha vuelto una especie de hito. Después hubo más conciencia, el microrrelato adquirió carta de ciudadanía como género y hoy tiene aquí grandes expertos, Ana María Shúa, Raúl Brasca, entre otros, y hay encuentros mundiales.

¿Qué característica destaca al microrrelato?
La conciencia del peso de la palabra; la carga afectiva de las palabras, todo lo que éstas transmiten,su valor connotativo. La noción de brevedad, de lo mucho que se puede decir con tan poco. La idea de narrativa en una cáscara de nuez.

Volviendo a tu escritura, en varias de tus ficciones aparece el tema de escribir como una necesidad, a pesar de no tener un destino cierto.
Sí, hay algo de eso. Años atrás, para hacer una serie de conferencias, me armé fichas con citas: las barajaba al azar, las leía en voz alta y después reflexionaba al respecto. Y decía que escribir es una maldición de tiempo completo. Porque cuando no estás escribiendo estás desesperada por escribir, y cuando estás escribiendo no siempre la cosa fluye como debiera. Y ahora me encuentro con que Lispector dijo que escribir es una maldición, pero una maldición que salva. ¡Menos mal!