La escritora conversó con revista BePé sobre su novela "Cometierra", que narra la historia de una chica que vive en el conurbano bonaerense y tiene un don, el de conocer el paradero de personas desaparecidas cuando come tierra pisada por ellas. También contó sobre sus días en la Biblioteca Popular Alberdi de Caseros y brindó ideas para fomentar la lectura en los más jóvenes.

–Los muertos no ranchan donde los vivos. Tenés que entender.
–No me importa. Mamá se guarda acá, en mi casa, en la tierra.
–Aflojá de una vez. Todos te esperan. Si no me escuchan, trago tierra.
Antes tragaba por mí, por la bronca, porque les molestaba y les daba vergüenza. Decían que la tierra es sucia, que se me iba a hinchar la panza como a un sapo.
–Levantate de una vez. Lavate un poco.
Después empecé a comer tierra por otros que querían hablar. Otros, que ya se fueron.
Fragmento de Cometierra

Dolores Reyes vive en Caseros y trabaja en una escuela de Pablo Podestá. Es docente, feminista, madre de siete hijos, una lectora incansable y también la autora de Cometierra (Sigilo). La novela —que va por su tercera edición en Argentina y está siendo traducida a varios idiomas— cuenta la historia de una chica que vive en el conurbano bonaerense y tiene un don, el de conocer el paradero de personas desaparecidas cuando come tierra pisada por ellas. Reyes cuenta que en un taller literario se imaginó a una chica muy delgada comiendo tierra de cementerio y así comenzó a delinear la historia. Cometierra también narra la pobreza, los vínculos familiares y la violencia machista, y está dedicada a Melina Romero y Araceli Ramos, dos víctimas de femicidio.  

¿Por qué te imaginás que tiene éxito en el mundo una historia que podría pensarse como localista?
Es que no es una historia localista, para nada. Justamente, la relación entre la tragedia de los pueblos y la tierra me parece que es universal. Y toda esta cosa de los cuerpos robados, de las tumbas anónimas y de esas personas que quedan colgadas buscando a un familiar, a un ser querido, es una constante. Cada vez que leo un libro, aparece. Pienso en Pavese, en La luna y las fogatas, en el tema de los partisanos, en el tema de los republicanos. Hay infinidad de cuerpos que fueron asesinados y enterrados a propósito para que no se encuentre el cuerpo y que el tormento de alguna manera sea eterno. Ni hablar de los femicidios y de la violencia hacia las mujeres que está tan efervescente en nuestro país y que ocurren también en España y en otros países. 

¿Por eso le dedicaste el libro a Melina Romero y a Araceli Ramos?
Si. Eso es algo mucho más pequeño, más próximo si se quiere. Fueron dos femicidios que me impactaron muchísimo por la violencia contra sus cuerpos tan jóvenes y por la proximidad: están enterradas a 150 metros de donde trabajo yo. Las paredes estaban todas pintadas con stencil con mensajes para Melina y también hacia los violentos que la mataron. 

No pensé en ellas particularmente cuando escribí la novela, pero sí había un cuento previo que yo le había dedicado a Araceli, que se llama “Flores para Araceli” en el que había intentado una suerte de reclamo de que, al menos, devuelvan los cuerpos, que no los tiren a la basura. Ahí, donde apareció el cuerpo, aparecen cada dos por tres chicas muertas que no llegan a los medios. Es zona de descarte. Además, es algo super cotidiano, los alumnos que viven por ahí dicen “esta mañana anduvieron rastrillando por acá o allá” y después capaz lo ves en algún medio. Está super presente la violencia. La escritura es una  herramienta para procesar toda esa violencia tan devastadora y también para hacer algo frente a ella. 

Justamente, la novela es muy oscura, pero a la vez muy luminosa…
Sí porque es lo que me pasa en la relación con estos chicos, son super alegres, vitales, inquietos, quieren saber. Son pibes con toda la vitalidad y toda la potencialidad que puede tener un pibe joven, pero después el Estado y las políticas económicas y sociales les cierran los caminos y las ganas de hacer cosas. En la novela intenté ponerme en el cuerpo y en la voz de la protagonista que es una piba de esa edad y tiene un montón de los chicos que conocí, una toma cosas de ellos y con esos materiales construye personajes. 

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Sobre la lectura y la escritura

Dolores Reyes reconoce en su escritura influencias múltiples que van desde lo que ve, escucha (y toma nota) hasta la novela y la poesía. "Siempre que estoy trabada o necesito algún aire para escribir, agarro algún librito de poesía y vuelvo a cargar nafta. Me produce algo placentero y a la vez me resulta algo productivo a nivel artístico", cuenta. 

¿Qué leías de chica? ¿Qué te gusta leer ahora?
Siempre fui ultra lectora, me gusta muchísimo leer. Tengo autores fetiche que son como compañía en ausencia: Sara Gallardo, Antonio Di Benedetto, Cesare Pavese;  Libertad Demitrópulos que me rompió la cabeza con El río de las congojas. Desafortunadamente, no son libros que tengan la difusión que deberían tener. Leo compulsivamente, siempre tengo dos o tres libros encima.

Siempre fui la rara que leía. Me acuerdo que en el jardín, que queda frente a la Escuela n° 1 de Caseros, una maestra sacó un libro y lo leyó y yo me quedé (pone cara de fascinación), yo tenía 4 años. El libro se llama Yo soy yo

¿En tu casa se leía también?
Sí. Había libros, al menos. En la casa de mi abuela había una biblioteca en la que no había demasiada literatura, pero había manuales y siempre había algún cuento que a mí me gustaba leer diez millones de veces. Me acuerdo de los cuentos de Elsa Bornemann y cuando era más grande, las ediciones de Capítulo, de Centro Editor, fueron la puerta de ingreso a muchos autores. Iba a la biblioteca, también. Muchísimas veces no había plata para los libros, sobre todo del secundario y yo iba a hacer la tarea a la Biblioteca Popular de Caseros, a la Juan Bautista Alberdi. El olor, el ruido del piso de la biblioteca me quedó grabadísimo. Ahí pasé muchos días. Antes el libro era caro y era valorado, ahora se recorta, se escribe la ficha. Antes eran libros que se usaban varios años. 

¿Qué pensás que se puede hacer para incentivar la lectura en los niños?
Hay que recuperar la lectura, recuperar el espacio de lectura en la escuela. En algunas escuelas hay espacios así, en otras no. Está el prejuicio de que los chicos no leen, de que no les gusta leer, de que se aburren. Pero a los chicos le encanta que les lean, les encantan las propuestas de lectura de calidad. Es un mito total que no les interesa. A mí me paran pibes en la calle y me dicen dos cosas: “vos me enseñaste a leer” o “vos me contabas cuentos”. Esos espacios deben existir. Hay que cerrar la puertas proponer espacios placenteros y leerles a los pibes. Es juntarnos, tomar mate, traer unos almohadones o lo que quieran y sentarnos una hora a leer. Muchas veces los pibes tienen dificultades de lecto-escritura y les cuesta llegar al placer del texto. Entonces cuando uno les lee acceden desde otra forma a la lectura. Es algo específico que puede tomar la escuela. Sino ¿dónde vamos a formar lectores?. 

¿Estás escribiendo algo nuevo?
Estoy escribiendo la continuación de Cometierra y unos cuentos. Hay historias en Cometierra que yo sabía que no iban a cerrar ahí. La historia de la seño Ana es una historia super compleja que no se termina de resolver y está siempre tironeando de alguna forma. Es una voz que está muy presente y es super potente. 

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