Es la autora de Las Primas y de una obra extensa repleta de deformes, familias disfuncionales y fantasmas de todo tipo. Sus novelas hablan de su vida o su vida es una novela. O ninguna de las opciones. Todo puede ser en los universos de Aurora Venturini. A 100 años de su nacimiento la homenajeamos con un perfil que la cuenta con todos sus matices.

—Tuve una araña, la araña Rebeca. Un periodista la fotografió una vez y cuando le conté que se había muerto me dio el pésame. Y lógico, era un pariente mío. Cada cual tiene los parientes que puede. La hija de ella, Ariadna, sabía leer. Yo tenía el libro de Panchito López Merino donde está el soneto de la araña y ella entró a leerlo.

Aurora Venturini examina las hojas del libro. “147 creo que era”, dice como para sí. Achina un poco los ojos. En la página 147, efectivamente, encuentra a la araña diminuta aplastada en uno de los márgenes. Señala el cadáver con el dedo índice: “Ahí está, vino a leer y se quedó”. Esta escena es parte Beatriz Portinari. Un documental sobre Aurora Venturini, que la cuenta con todos sus matices. Aurora era escritora. Prolífica. Decía que, como todos los escritores, escribía sobre un único tema con algunas variaciones. El suyo era la familia disfuncional y, en cierto modo, monstruosa. Un poco como la suya. Cuerpos deformes, pestes hereditarias y fantasmas de todo tipo habitan sus universos. 

—Crecí en una familia disímil, tan diferente… tenía una hermanita muy mimada y un hermano deforme. Mi madre decía que él era deforme porque yo había tenido rubéola… Yo creía eso y vivía mal, culpable… tratando de lastimar porque a mí me lastimaban— contó alguna vez al diario La voz del Interior desde el living de su casa de La Plata. Arriba de un mueble había una foto suya: Aurora, de cuatro años con una canasta con flores mira a cámara muy seria, enojada con la madre, con el fotógrafo y se intuye que con muchas otras cosas.

La Aurora que cuenta sobre su familia arácnida en el documental también está seria. Sus manos manchadas de vejez se mueven mientras habla. Pero su rostro está quieto y su tono es monocorde y gastado. Su gesto inspira un respeto que roza el miedo. En algunos momentos la cara se le ilumina y todo cambia. Cuando habla de Rebeca, por ejemplo. O de Barbarita y Odín, los perros que tuvo alguna vez o de la oveja que adoptó en otra ocasión. En esos instantes los ojos le brillan, las preguntas se le hacen palabras e interpela al interlocutor. Al final de las frases agrega un “¿No?”. 

Venturini fue una escritora desconocida durante mucho tiempo. El reconocimiento del mundillo literario le llegó en 2007 con el premio Nueva Novela por su libro Las primas. Tenía 85 años y cuarenta obras impecables publicadas a pulmón. También había sido premiada por Borges; se había licenciado en psicología; había enviudado del historiador Fermín Chávez; había sido amiga de Eva Perón y había salido de parranda con Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, de quien luego contó que gustaba de sentarse en el fondo de los cines y llorar con un pañuelo gigante entre las manos.

En su casa de La Plata guardaba algunos recuerdos y testimonios de toda esa vida: fotos en marcos antiguos, jarrones, algunos reconocimientos enmarcados, dibujos y láminas. En una ventana había una imagen de Evita. También una biblioteca baja y más fotos encima. En los estantes con libros antiguos había, además, un voligoma, un alcohol en gel y un microondas.  

Aurora era una mujer delgada, con el cabello corto y labial nacarado. En las entrevistas que daba contaba momentos específicos de su vida y hablaba sobre su forma de ser. Decía que nunca había sido sociable, que escribía desde los cuatro años y que había sido maestra. También contó cinco versiones sobre su padre, así que tal vez editaba o recreaba algunos detalles de su vida. 

—Soy escritora por fatalidad. Soy una minusválida manual. No sé pelar una papa, no sé barrer, no sé abrir un frasco. Nunca hubiera podido dibujar, manejar un aparato para esculpir ni tocar el piano. Lo único que podía manejar era un lápiz. Escribo 8 horas diarias y no me fatigo—se definió alguna vez.

Empezó haciendo poesías y eso la enorgullecía. Decía que quien comienza pensando en las métricas y en cada palabra, después puede escribir muy bien otros textos. La primera vez que hizo una poesía estaba en la primaria. Se la dedicó a la madre, pero ella no creyó que Aurora la hubiera escrito. También fue una adolescente poeta y, luego, una adulta escritora de novelas y cuentos con poesía infiltrada entre la prosa. Algunas de sus obras son: Las PrimasNosotros, los CasertaEl marido de mi madrastra, Los rieles, Eva, Alfa y Omega y Cuentos secretos.

A Las primas la escribió de un tirón, en apenas dos meses. Tenía la historia en la cabeza, dándole vueltas y se sentó a darle forma en la máquina de escribir. Delineó a una chica deforme y babeante, a una mujer que se fatiga con los signos de puntuación y a una prima liliputiense; imaginó destinos erráticos y perfumes rancios. Contó que apenas envió el sobre con la novela terminada imaginó que podía llegar a ganar el premio.

Tiempo después se enteró de que su intuición era correcta. Sonó el teléfono en la casa de La Plata. Liliana Viola, del diario Página|12  que organizaba el concurso, recuerda el diálogo:
—¿Aurora Venturini?
—Sí, señorita.
—¿Usted se presentó con el seudónimo Beatriz Portinari al concurso Nueva Novela de Página/12?
—Sí, señorita, me presenté con Las primas.
—¿Sabe que está entre las 10 finalistas?
—No. ¡Ay! Sería muy importante que esta novela ganara. ¿Sabe por qué? Porque Las primas soy yo[…] señorita, es mi familia. Nosotros no éramos normales. En casa todas mis hermanas eran retardadas. Y yo también.

 

C_Venturini